No podemos olvidar, por patriotismo y por decencia, los horrores vividos en Cuba socialista.



Hace unos días, un buen amigo, muy querido, entrañable, de los tiempos que sobrevivíamos a duras penas la terrible cólera de la revolución del picadillo, o de las tripas, allá en Cuba socialista, tierra de fidel y su servidumbre, me comentó, muy convencido, casi orgulloso, que votaría por Joe Biden porque…
En principio, yo, como buen ser cubano respetuoso de la idea y de la voluntad ajena, hice silencio y escuché con atención, con muchísima atención, los argumentos de mi caro amigo, pues aun con toda mi paciencia “democrática”, open mind y ligerita de censuras, adquirida en estos larguísimos años de exilio, no puedo, me resulta incómodo y me sobrecoge, adaptarme a la idea de que un cubano, que vivió desde que nació los horrores de la guerra silenciosa castrista contra todo un pueblo, que sufrió en carne de su carne los desmanes de la peor dictadura que hemos tenido que soportar los seres humanos, y cubanos, se preste, con total convencimiento, a rozar, a apoyar, a aceptar la propuesta de un candidato a la presidencia de los Estados Unidos que, a todas luces, está calzado, comulga y “danza”, pa’ no decir se revuelca, con la temible, traicionera y vulgar maquinaria de la izquierda internacional.
Y es que el caos que está viviendo hoy la nación norteamericana, caos de destrucción, vandalismo y muerte, al más puro estilo fascista, socialista y castrista de la historia, y el cual el candidato demócrata evidentemente apoya, pues no se ha pronunciado enérgicamente en contra de tanta desestabilización física y espiritual, tiene como único objetivo revertir el orden natural de la vida e imponer una dictadura de izquierda camuflada entre las bondades independentistas de la excelsa constitución americana.
Los argumentos de mi amigo son muy simplistas, pasa que entiendo que él aun está cegado por los aspectos “positivos” de una ideología que tiene muy arraigada en su subconsciente y que en el papel, en los libritos, en los discursitos y en las palabritas de sus promotores, y solo en las palabras, es decir, de dientes para afuera, promulgan la igualdad y la justicia social, repartir equitativamente la riqueza, las falsas gratuidades y un montón de tonterías irrealizables que asustan más que tranquilizar.
El aparato propagandístico de los enemigos del capitalismo está, desgraciadamente, muy bien estructurado, reúne a personeros muy poderosos y no solo en el orden económico, también a paradigmas de las artes, la ciencia, la tecnología, a líderes sociales y espirituales y, además, lleva años, muchísimos años, lavando cerebros alrededor del mundo a trocha y mocha, creando y financiando partidos políticos, organizaciones “humanitarias”, sindicatos de vagos y vividores, movimientos violentos y hasta ejércitos bien armados para destruir “la vida en el planeta”.
Los seres cubanos lo sabemos muy bien. Los cubanos somos testigos oculares, de piel y de sangre, de cuánta desgracia, cuánto sufrimiento y cuánta destrucción le pueden causar a un país, y a sus habitantes, toda esa mierda de las ideas socialistas y creer, por adoctrinamiento, que el capitalismo es el enemigo de los pueblos.
Los cubanos lo hemos padecido por más de sesenta larguísimos años, lo hemos sufrido en nuestros ulcerosos estómagos y lo hemos visto en nuestros hijos que no tienen el famoso futuro luminoso que tanto ofreció, a cambio de sumisión, esa maldita revolución socialista.
Pero, bien, mi amigo dice que va a votar por Biden porque, según él, el Presidente Trump acabó, con su política de asfixiar a la dictadura castrista, con toda la “prosperidad económica” que se generó en Cuba a partir de la “flexibilidad diplomática y comercial” propiciada por la administración Obama.
Yo soy un tipo que con los años, gracias a Dios, he encontrado mayor satisfacción personal escuchando antes que hablando, me gusta más oír a mis interlocutores que enfrascarme en un “debate” sobre cualquier tema cuando presiento que la otra parte está muy convencida de la idea que defiende porque, generalmente, no conduce a nada positivo y sí a los gritos, a las faltas de respeto y a la tragedia existencial.
Pero esta vez sí respondí, y lo hice, y lo reconozco, desde la soberbia, desde el encojonamiento contrarrevolucionario pues, como le espeté a mi querido amigo, no es el Presidente Trump quien tiene sumida a Cuba en la postración económica desde 1959, no es Trump quien limita el desarrollo económico, social, político y cultural de Cuba con leyes, constituciones, prohibiciones, reglamentos y disposiciones represivas, coercitivas y dictatoriales, no es Trump quien lleva más de sesenta años monopolizando el poder en Cuba y no es Trump quien limita el crecimiento físico y espiritual de los seres cubanos con una “revolución” que más que cambios ha significado la involución total de una nación y su pueblo.
Tengo más argumentos pero prefiero escuchar…
Ricardo Santiago.



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