¡Oh Dios mío, regrésanos la decencia, la espiritualidad y la cordura a los cubanos!



Yo siempre digo que, a estas alturas de la vida que vivimos los seres cubanos, después que muchos de nosotros vimos con nuestros propios ojos, sentimos en carne propia y sufrimos como unos condena’os las porquerías del castrismo, del socialismo, del comunismo, de la dictadura del proletariado, del “poder del pueblo”, de la igualdad social, de los hombres mueren, el partido es inmortal, entre otras muchas estupideces de similar “envergadura”, no hay quién nos haga un cuento sobre dónde está el auténtico progreso de la humanidad y que creernos los ridículos cuentos de la izquierda internacional es el verdadero suicidio para una nación, un pueblo y, sobre todo, para los mismísimos obreros y campesinos.
El tema pasa por el idiotismo de masas, es decir, el socialismo es una herramienta punzante muy eficaz para remover la masa encefálica de los seres humanos, y cubanos, y convertirla en “plastilina”, en “caca” de niño chiquito, en una materia amorfa que se moldea y se programa con total facilidad o en una gelatina viscosa portadora únicamente de tres neuronas, estudio, trabajo y fusil, con la que manipulan a los pueblos, con total impunidad, y los obligan a comerse las asquerosidades más desagradables, a cometer las barbaridades más insospechadas, los salvajismos más condenables, a denigrarse a sí mismos con total conocimiento y a mover la cinturita, digo, las banderitas del patriotismo patriotero cuando hay que justificar el hambre tan tremenda que nos está matando.
Porque, al final, en eso nos convertimos la mayoría de los cubanos, en unos maniquíes para que esa pandilla criminal nos utilizara como portadores de sus aberrantes “diseños” ideológicos y soportáramos con estoicismo, a base de angustias, sol y sereno, dicho sea de paso, todas las barrabasadas de un régimen dictatorial que nunca hizo nada por nosotros y que nos exprimió el alma hasta dejarnos en la más brutal mendicidad física y espiritual.
Y es que más de sesenta y tres larguísimos años de martirio, de este descomunal calvario que significa la Cuba dominada por la familia castro, así lo demuestran. No hay que ser muy “avispado” para entender que la revolución castrista solo fue una “maquinita soviética” con la que hicieron salchicha a generaciones enteras de cubanos, que nunca se interesó por mantener, conservar o ampliar la grandeza que habíamos logrado como nación, algo tan sencillo pues solo requería la reinstauración de la Constitución de 1940, que nos dio vueltas, y más vueltas, muchas vueltas, tantas vueltas que terminamos como la gallinita ciega, sin plumas y cacareando, aplaudiendo una falsa doctrina, dando tumbos para encontrar algo a qué sujetarnos mientras otros, los “cabroncetes de la cultura socialista”, se enriquecían a manos llenas y comían “pollo” cuando les daba la gana y “pescado” cuando les salía del c…, así de simple.
Y los seres cubanos a chuparnos el de’o, el del medio, a fajarnos y matarnos entre nosotros para ver si alcanzamos algo de la “raspita”, a irnos a la plaza de las involuciones a desfilar como muñecones revolucionarios gritando venceremos sin mirar hacia adelante, o hacia un costado, allí donde se “posan” en partidista cruz del gato, si me miras te mato, nuestros verdaderos enemigos, nuestros opresores escondidos bajo pamelas, guayaberas, bastones y “farolas”, mientras nosotros, los mansísimos carneros del abajo el imperialismo, viva la revolución y yo soy fidel, dejamos la poquita gandinga que nos queda y hasta las suelas del par de zapatos que, aunque me aprietan su poquitico, me los mandó un pariente de “Mayami”, mira qué lindos están…
Nunca antes, en toda la historia de la humanidad, se vio un pueblo tan desorientado, sin alma, tan desarmado, tan vacío, tan falto de espíritu y tan conforme con vivir una vida miserable, pedestre, lúgubre, destartalada, indecente, sin futuro, mediocre, absurda, dividida, violenta, reprimida, dogmática y socialista.
La ingeniería del mal, el castrismo, hizo muy bien sus deberes sobre todos los cubanos y nos puso a parir desgracias, a soportar penitencias y a sufrir castigos por ser un pueblo que cometió la imbecilidad de darle la espalda a la espiritualidad para aceptar el materialismo de las metralletas, de las botas rusas, de las trincheras repletas de mierda, de los discursos enajenantes y de esa horrible dictadura del proletariado.
Y el resultado es eso que hoy tenemos, un país en las sombras, podrido, mohoso, destartalado y sucio que se debate entre la muerte y la muerte, esperando a que los vientos de cuaresma, o de vaya usted a saber qué, nos arranque pa’ siempre esta maldita agonía y nos regrese, por favor te lo pido, la decencia y el patriotismo que un día tuvimos.
Ricardo Santiago.



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