Pero a los cubanos, también, nos inunda la “mierda” ideológica del socialismo.



¡Ah, bueno! El que piense que Cuba solamente está repleta, inundada o saturada de escombros físicos, de basura pública, de despojos dañinos, de desechos orgánicos apestosos o de tarecos podridos por el “tiempo”, está muy equivocado, así de simple.
Y digo esto porque la porquería, es decir, la mierda que más abunda en esa isla nuestra, marchita, arruinada por más de sesenta larguísimos años de depredación castro-comunista, es la ideológica, la mental, para decir el lema…, compañeros…, los cientos de miles de toneladas de malas ideas que tenemos acumuladas en este pedazo de terribles historias vividas o “moridas” que, nosotros, los cubanos de infantería, nunca debimos aceptar pues nos han convertido, sin discusión alguna, en el pueblo más hediondo, “ideológicamente” hablando, de este mundo en que vivimos.
Así de triste y bochornoso. Nos transmutamos tanto en un pueblo adrenalínico, pum, pum, te maté, patriotero, consignero y rascabuchador político, que hoy por hoy vivimos y morimos sepultados por la caca de la igualdad social, por los mojoncitos del poder del pueblo, por las diarreas del internacionalismo proletario, por las cagarrutas de fidel, seguro, a los yanquis dale duro y por el popó de “princesas” indigestas con los tantos gritos de abajo el bloqueo imperialista.
Y tanto excremento mental repetido, pensado y asimilado por varias generaciones de criollos rojos-blancos-azules, nos ha mantenido a los cubanos hundidos en el peor estercolero de inmundicias que cualquier ser humano puede soportar, pues el solo hecho de aceptar, creer y gritar tantas estupideces, no nos han permitido entender que mientras los dictadores del socialismo se comen tranquilamente la masa limpia, a nosotros nos dejan las sobras, los huesos descarnados y las piltrafas malolientes, para que nos matemos en eternas colas por el comunismo, seremos como el…
Y tanta pudrición intestinal, digo, neuronal, terminó, como estigma de pueblo de cuarto mundo, seso hueco, sin ideas propias, sin patriotismo y sin dignidad, provocando vergüenza nacional, mucha vergüenza nacional.
Dice mi amiga la cínica que si las consignas, los letreros, la propaganda comunista, las arengas patrioteras y cuanta porquería tiene el castrismo para incitar a esa parte del pueblo con insuficiencia mental a gritar la violencia física y verbal de las dictaduras del proletariado, sirvieran para abonar la tierra improductiva de nuestros campos, Cuba sería un país con extrema abundancia de alimentos y nosotros, en vez de andar cacareando idioteces hasta por los rincones del alma, nadaríamos en comida, en alimentos, en refrigerios y en esa “jama” nuestra de cada día que tanta falta nos hace.
Pero de nada nos sirve la tremendísima gastritis que nos come vivos, nada nos enseña el lastimoso raquitismo espiritual que soportamos, de nada nos vale el llanto por hambre de nuestros hijos cuando somos capaces de obviar tanto sufrimiento para apoyar una “continuidad” que, y todo el mundo lo sabe, es la causante principal de tanta miseria, de tantísima agonía y de que el “cuartico permanezca igualito” hasta que se extinga, sin remedio, por soberbia y por imbéciles, la raza cubana.
Quienes nacimos en Cuba, después del 1 de Enero de 1959, y nos formamos académicamente bajo el amenazante “bocadito” de con la revolución todo, contra la revolución nada, nada de nada, ni siquiera un raspadito con una crítica “constructiva”, advertimos que el grueso fundamental de nuestra “educación gratuita” estuvo dirigida a lavarnos el cerebro con una macabra tergiversación de nuestra historia y de la historia en general, con un adoctrinamiento sustentando en el terror, en el chantaje y en la postración del pensamiento individual, con una imposición a ultranza de los “valores” fidelistas y, sobre todo, metiéndonos en el cerebro, bajo la piel y hasta por el c…, que la única opción para vivir en Cuba castro-comunista era ser revolucionario y morir condenado, gritando viva el socialismo, como los “pobres de la tierra”.
Así crecimos, mirando las pancartas que magnificaban a un tirano, que reproducían sus degeneraciones mentales y que alababan a un régimen que, por más que intentáramos justificar, lo único que producía con calidad, con muchísima calidad, era el desastre, la improductividad, el deterioro, el hambre, la sed y la peste a grajo de obreros y campesinos disfrazados de milicianos del pueblo combatiente.
A veces me pregunto si lo de nosotros los seres cubanos, es decir, la absurda vida que hemos vivido en estas seis décadas de oscurantismo revolucionario, es real o es un fragmento de una triste película del cine silente, o mudo, para mejor ilustración, porque es que resulta inconcebible cómo un pueblo, incluso en pleno siglo XXI, permite que un grupúsculo de delincuentes nos sepulten, nos entierren de pies a cabeza, bajo toneladas de discursos, de promesas y de arengas que no dicen nada y que solo muestran que nos merecemos tamaño desastre nacional.
Ricardo Santiago.



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