¿Por qué los cubanos morimos de hambre en el país más fértil del mundo?

Esta es la pregunta de los sesenta y cuatro millones de cualquier cosa porque, en la vida real, en la concreta de los huevos con sal afuera, Cuba es un país donde los alimentos que se producen en la tierra, los que se pescan en el mar y hasta los que pasan por el aire como nubes pasajeras, deberían estar a la patada en la mesa de los cubanos, tendrían que inundar los mercados y las calles de nuestras ciudades, repugnarían de tanto verlos, olerlos y comerlos y dejarían de ser un sueño, una aspiración y un deseo de nuestros compatriotas, para convertirse en una realidad constante y sonante, es decir, en la cosa más normal de este mundo nuestro que nos ha tocado vivir por necios y comemierdas.

Es cierto que el hambre de nosotros los seres cubanos también es política, esto queda más que demostrado porque solo se justifica el racionamiento, el desabastecimiento y el control sobre los alimentos, por más de sesenta y cinco larguísimos años, cuando estos pecados dictatoriales son una estrategia, una política y un ordeno y mando de la tiranía castrista, para mantener dominados, para tener esclavizados, para idiotizar, para corromper, para doblegar y para humillar, a un pueblo acostumbrado al subsidio, a la dependencia del dame que no te doy y al pollo por pescado porque, según ellos, el “bloqueo” me quiere gobernar y yo le sigo, le sigo la corriente…

Dice mi amiga la cínica que la falta de alimentos en Cuba es injustificable, que por muchas vueltas que uno le dé nunca le encontrará lógica a tamaño disparate existencial porque, en un país de tierra colorada, donde crecen desde lo humano hasta lo divino al chasquido de cualquiera de los dedos, pasando por esta u otra semillita que usted tire así, como al descuido, resulta imposible creer que la gente se este muriendo literalmente de hambre, no tenga qué comer, no tenga qué llevarse a la boca o no tenga con qué llenarse la barriga para crear sus buenas historias de aquí nací, aquí viví y aquí morí, sin necesidad de emigrar a ningún lado porque, en mi Patria linda y hermosa, tengo de todo.

Por eso yo digo que el problema del hambre en Cuba no debe tomarse a la ligera, no debe justificarse ni con embargos del imperialismo, ni con crisis económicas mundiales, ni con anomalías climatologías, de si llovió o no llovió, y ni siquiera con malísimas decisiones a la hora de implementar medidas para el desarrollo y la explotación de la agricultura, de la ganadería y de la pesca, por parte del régimen comunista y de sus “sesudos” y pensadores aglutinados en un partido único con mucha falta de fe, esperanza y caridad.

El problema del hambre en mi país es mucho más complejo porque radica, según mi criterio, en la propia esencia de esa criminal y maldita dictadura castro-comunista que lleva más de seis décadas sentada en el tibol del socialismo. Para ese cruel totalitarismo los seres cubanos, los que vamos a pie a todas partes, no somos más que números desechables en la ecuación de cuánto nos pueden sacar, de cuánto nos pueden extorsionar o de cuánto nos pueden robar, para engordar sus bolsillos sin fondo o sus abultadas cuentas en paraísos fiscales.

Para nadie es un secreto que la solución más sencilla para eliminar este flagelo, casi endémico desde el 1 de Enero de 1959, radica en la libertad que tengan los individuos, los seres humanos y cubanos, para crear bienes y servicios según la capacidad que tengan, los conocimientos y los recursos de los que dispongan, y que ningún Estado, por muy “poderoso” que sea, tiene el don para producir alimentos pues solo los individuos, con emprendimiento y medios necesarios, logran que un país se coma, se huela, se cocine, resulte hermoso a las miradas ajenas y repugne hasta más no poder.

Mientras exista la dictadura castro-comunista en Cuba y ese sistema mal llamado socialista, parásito virulento de toda la sociedad, los cubanos seremos un pueblo condenado a muerte, seremos un país de hombres, mujeres y niños hambrientos, enclenques física y moralmente, muertos en vida, repletos de inanición injustificada y seremos la vergüenza de este mundo democrático y organizado que no cree, porque cuesta trabajo creerlo, que los cubanos pasemos hambre con una isla tan fértil rodeada de un mar espléndido de gaceñigas y polvorones…

Ricardo Santiago.

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