¡Qué cantidad, pero qué cantidad, de sinvergüenzas hay en esa Cuba castrista!



Pa’ comer y pa’ llevar, empezando por el cambolo de Santa Ifigenia, que en el infierno esté, y terminando por el imbécil que quiere dar “plan de machete” para defender la revolución del picadillo, ahora de los curieles, como si no les bastara con la brutal represión, con los abusos, con las limitaciones, con los racionamientos, con los excesivos castigos, con el hambre y con la miseria física y espiritual, que sufrimos todos, absolutamente todos, los seres cubanos.
Es una cosa de locos. Dice mi amiga la cínica que Cuba, para vergüenza nacional nuestra, se ha convertido en el país que posee, que engendra y que reproduce, a más idiotas funcionales, a más tracatanes lujuriosos, a más oportunistas libidinosos, a más descarados de de la emulación socialista, a más sinvergüenzas, a más llorones y a más cobardes, por metro cuadrado, como si la ideología de esa maldita revolución se bailara encima de un solo ladrillito, es decir, la imagen viva del hacinamiento de la moral, de la pérdida de la ética o de la desfloración de los principios, que caracteriza a la “aguerrida vanguardia” de defensores de lo indefendible.
Y así nos tienen que ir las cosas como país, como pueblo y como nación. Un descalabro profundo de la lógica que nos corroe desde dentro y que nos tiene como zombis militantes repitiendo sandeces, abrazando una falsa bandera, adorando a un diablo malhechor, haciendo el ridículo como si fuéramos títeres de potrero y correteando detrás de un cuartico de pollo, de un paquetico de perritos calientes, de una pastillita de “sabor” y mendigando otro cachito de la perra vida que esa brutal tiranía, de apéame cinco, “los cinco volverán”, nos ha impuesto a todos los cubanos, parece que por los siglos de los siglos, sin derecho a protestar.
Pero lo más jodido de esta triste historia, de más de sesenta y dos larguísimos años de sacrificios y penurias, es que el barco en que nos subimos la mayoría de los cubanos, el 1 de Enero de 1959, hace mucho que se hundió, que zozobró, que se perdió entre la mierda de falsos altruismos, de fallidas entregas estériles y de lujuriosos cinturones apretados, a los gritos, y a los cantos histéricos, que dimos persiguiendo ideales de alcantarillas, tras la huella, digo, tras mejores futuros inexistentes, tras las promesas de muchas vidas mejores y tras el sueño de que la sangre que derramamos ayer, hoy y siempre, se convertiría en los panes con bisteces del “futuro mejor”.
Por eso yo siempre digo que la revolución, a la que equivocadamente le abrimos los brazos y le entregamos todo nuestro sudor y nuestras lágrimas, no fue más que una burda estafa, un timo, no fue más que el caldo de cultivo para que la “patria” pariera miles de oportunistas, cientos de miles de vividores, millones de aprovechados y una caterva de sinvergüenzas que, sin ningún pudor, y “sentados a una mesa repleta desde donde cualquiera decide aplaudir…”, lucran, se enriquecen, trapichean y se repletan los bolsillos con el dolor, el sufrimiento, las necesidades y las ilusiones de todos los seres cubanos, principalmente de los cubanos de infantería.
Y no creo que exista un límite mientras a la teta de la “vaquita Pijirigua” le quede un chupito de calostro, un tincito de mermelada de guayaba con quesito crema, un suspirito de yogurt de soya o un pedacito de la excesiva paciencia que hemos mostrado casi todos los cubanos para con esa maldita, criminal y abominable dictadura que se nos ha enquistado en el alma por más de seis sufridas décadas.
Porque, y seamos honestos, a los sinvergüenzas del castro-comunismo los tenemos chupándonos la sangre en ambos lados del “hemisferio”. Unos enarbolando el “machete” de la revolución para acallar la inconformidad, la desesperación, la angustia y la melancolía de todo un pueblo, y a otros, celular en mano, extorsionando la esperanza de cientos de miles de nosotros que nos aferramos a la vieja idea de que a la dictadura castrista le queda poco y que pronto, muy pronto, nos sentaremos en el muro del malecón habanero a tomarnos una cervecita bien fría y a comernos unos chicharroncitos bien crujientes.
Este es un tema que da para mucha, para muchísima, tela por donde cortar pues mi opinión es que la mayor, la peor y la más inhumana dictadura que nos ahoga, que nos reprime y que nos exprime a los cubanos, es la dictadura que cada uno de nosotros tiene metida en su cerebro y que arrastramos con nosotros a donde quiera que vamos, un mal que, si usted le echa su ojo de mirar, parece que no tiene cura…
Ricardo Santiago.



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