¿Quién duda que nosotros los cubanos somos el pueblo más oprimido del mundo?



Lo más terrible de estos últimos sesenta y tres larguísimos años de nuestra revolucionaria existencia es que nosotros, los seres cubanos, aceptamos y nos acostumbramos a sobrevivir en un país donde hasta el aire que respiramos lo inhalamos, lo aspiramos, lo “consumimos” y lo exhalamos de forma violenta.
La violencia, en todas sus “modalidades”, se arraigó en la sociedad cubana porque un país que sufre una eterna crisis económica, por culpa de las malas políticas “administrativas” de un “gobierno”, no puede aspirar a funcionar en paz sin que medien los gritos, los gaznatones, los jalones de pelo, el hurto, la corrupción y el dale a quien no te dio.
Por eso la violencia en Cuba, la que se apoderó del sentido común de los seres cubanos, es propia de un país que vive dominado por una criminal dictadura, la misma que convirtió las relaciones interpersonales en “malas palabras” cuando más de uno, de dos o de tres, piensan de forma diferente.
Yo siempre he dicho que la violencia en los seres humanos es expresión de quienes carecen de argumentos para defender un pensamiento, obtener lo deseado a través del esfuerzo y del sacrificio, sentirse realizado con su proyección personal o, sencillamente, lograr cumplir metas a corto, mediano o largo plazo.
En Cuba nada, absolutamente nada, de lo que cualquier ciudadano común se proponga puede lograrlo porque Cuba es un país donde todo está diseñado para impedir la prosperidad de los individuos cubanos, está “organizado” para frenar nuestra capacidad emprendedora y está estructurado para coartar cualquier intento creativo que no esté dentro de lo estrictamente legislado por los “teóricos” de una revolución retrógrada, pedestre, represora e involutiva.
Dice mi amiga la cínica que por todo eso Cuba es un país que vive y que va a morir con las “chancleticas metedeos” puestas, un lugar donde es imposible lograr cualquier tipo de funcionamiento racional porque el absurdo, la mediocridad, la insuficiencia y el descaro, alcanzaron la condición de vanguardia nacional y se aceptan como buenos los “valores” más detestables de la raza humana, o cubana, es decir, la envidia, el odio, la inquina, la corrupción y el miedo.
Pero nosotros no éramos un país así, recuerdo que de muchacho mi madre me recriminaba cuando yo quería salir a jugar con aquellas “cutaras” plásticas que vendían por la libreta y me decía que no, que a la calle no se sale en chancletas porque es una vulgaridad y además no hay razón para exhibir ante el mundo los dedos untados con Micocilen.
Por eso esta vez apoyo a la cínica y reafirmo que sí, que las “chancletas” de la patria llegaron con fidel castro y con la revolución del picadillo como una prueba de que ese desagradable torbellino de hijos de puta vinieron para violentar una sociedad que tenía a la decencia, al civismo, al respeto y a la pulcritud, como sus mayores logros republicanos.
Algunos teóricos plantean que nosotros, es decir, el pueblo cubano, somos un sádico experimento de la Internacional Socialista al cual el castrismo se prestó para poder consolidar sus apetencias dictatoriales y tener el camino libre para robar y dar riendas sueltas al sentimiento sociópata, criminal, delincuencial y corrupto de los castro y compañía.
De ahí que en Cuba la vida sea extremadamente violenta, desde conseguir los alimentos para proveer la mesa diaria, obtener las medicinas para curar el cuerpo y el alma, arreglar el cuarto que se está cayendo y nos va a aplastar un día de estos, comernos un cachito de pan sin aceite, tomarnos una cervecita fría sin que esté adulterada, que no nos roben las ilusiones como si fuéramos puercos, hasta lograr coexistir en paz y tranquilidad en un país donde todo está absolutamente politizado, donde tenemos que ser revolucionarios de sí o sí, donde estamos obligados a compartir esa absurda ideología y donde nos exigen gritar patria o muerte si aspiramos a tener méritos para que no nos metan presos.
Y es que la violencia en Cuba, esa que hoy expresan nuestros jóvenes matándose con rabia incontrolable, que se respira en el inhumano transporte público, en las colas para obtener los escasos alimentos, en el odio, la envidia, la intolerancia, en los escombros de las calles, en las ruinas de una ciudad podrida y miserable, en la falta de futuro, en un café sin su auténtico aroma y en la vida misma de los seres cubanos, es consecuencia directa de la ilegal permanencia en el poder de una criminal dictadura paramilitar que no hace otra cosa que matarnos de hambre, de humillaciones, a golpes, de desilusión y de vergüenza.
Hasta este exilio nuestro es un poquito violento también…
Ricardo Santiago.



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