Sí, es un espanto, la migración cubana es la más desesperada y horrible del mundo.



Y somos la migración más desesperada del mundo pues nos largamos de aquel maldito infierno porque nos negaron, por más de sesenta y tres larguísimos años, derechos que nos pertenecen más allá de gobiernos, de ideologías o de regímenes políticos.
Así nos transformamos en una “raza” errante, sin rumbo fijo, sin principio y sin final, “caminante, no hay caminos…”, sin desodorante y sin pasta de dientes, los nómadas del cielo, de la tierra y del mar, perseguidores de sueños ajenos, “sin Patria pero sin amos”, sin regreso, sin poder bailar en casa del trompo, despreciados en nuestra propia isla, maldecidos, estigmatizados, utilizados, escurridizos, evasivos, ambulantes o, como dijo mi amiga la cínica, “arriba, de uno en fondo, vamos echando pa’ Nicaragua que la cosa está mala, malísima…”.
Y es que esa maldita dictadura castro-comunista no ha hecho otra cosa en Cuba, desde el mismísimo 1 de Enero de 1959, que asfixiar, ahogar y empujar a un pueblo pa’ donde quiera que sople el viento, y si es pa’l Norte mejor, pues el hambre, la miseria, la represión y las malas ideas, no hay quien las aguante, quien las soporte o se las “coma” por tanto tiempo.
Yo siempre he dicho que eso de la emigración cubana es uno de los pasajes más tristes, más desgarradores, más inconcebibles y más alucinantes de toda nuestra historia nacional.
Porque el castrismo no solo destrozó la economía de un país, vulgarizó su cultura, escamoteó sus valores espirituales o transformó a la mayoría de los seres cubanos en peones sacrificables de una ideología, no, lo más terrible, y uno de los “golpetazos”, de los que nunca nos vamos a reponer, fue que desangró a una nación y a su pueblo obligando a más de tres millones de habitantes, casi cuatro, a marcharse a un exilio desesperado, triste, indeseado y extraño.
Parte el alma y te hace un nudo en la garganta. Quien conozca a Cuba, su clima, su fértil tierra, su sol que raja las piedras, su olor a mar, sus tamales, su luz natural, sus mangos en una palangana debajo de la mata del patio, la gallardía de sus hombres y la sensualidad de sus mujeres, su belleza profunda, su “loción” encantadora, la capacidad emprendedora de sus habitantes, sus feromonas de isla mística, su peculiar acento idiomático, sus barras de dulce de guayaba, su maní pa’ cogerlo vivo o el buchito de café compartido, nunca podrá entender porqué tantos cubanos nos hemos largado de ese maravilloso y bendito lugar.
Pasa que la luz del cielo, la claridad de Dios es una cosa y la “luz” de los apagones, la oscuridad castrista de los últimos sesenta y tres larguísimos años de nuestra agónica existencia, es otra, y esa “luz”, como único se entiende, se comprende, se siente, se siente, fidel está presente, es viviendo allí, en la negrura de mis rincones, en el chichón que me hice con la puerta del chiforrober, en la uñita que perdí por no ver la pata de la mesa o en los cinco pesitos que nunca encontré y a estas alturas de mi vida no sé si se me perdieron o me los robaron.
El caso es que ante los muchos horrores que nos impuso el castrismo como forma de vida, que van desde el más cruel racionamiento alimentario hasta la diferenciación de la sociedad por sus ideas políticas, y más que políticas yo siempre he dicho que humanistas, porque “Patria es humanidad” y aborrecer el socialismo es puro humanismo, a los seres cubanos no nos quedó más remedio que poner paticas pa’ que te quiero y dejar atrás todo cuanto amamos, y cuanto odiamos, para iniciar la ruta de los consuelos, una desesperada emigración que tiene más de sesenta y tres Eneros y que suma millones de muertos en vida y en muerte.
Porque la tragedia de la separación familiar forzosa cuenta en nuestra desgracia nacional y bastante. Una crueldad, otro exterminio, un salvajismo sin límites por el que tendremos que juzgar también a la dictadura castrista pues muchos de nosotros, muchísimos, no pudimos estar con nuestros seres queridos en la soledad de sus muertes.
Y así andamos los seres cubanos, desperdigados por el mundo, errantes, intentando echar raíces en cualquier parte, comiendo con demasiado picante o soportando un frío de la puñeta pero libres de ese criminal socialismo, tan libres que algunos no lo creen y se empeñan en aferrarse a la esclavitud de las malas ideas porque, entre muchísimas cosas, el castrismo les metió en sus cerebritos carentes de pasión que la libertad no existe y que tienen que ser fidelistas por siempre.
¡Pobres infelices, pero el que por su gusto muere…!
Ricardo Santiago.



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