Sin pan, sin agua, sin limones y sin pollo frito, pero “con la revolución hasta la muerte”.



Y, sí, literalmente, con esa maldita revolución hasta la mismísima muerte, hasta que nos lleve a los cubanos a la tumba por ser tan comemierdas, tan imbéciles, tan mediocres, tan hijos del maltrato y tan ciegos al no ver que, el único socialismo “bueno” que existe en Cuba, lo lleva en su “barriguita” comunista, oportunista y desfondada, el títere-presidente díaz canel, salta Perico salta, salta por la ventana…
Yo, a veces, siento una profunda lástima, bueno, mucha, muchísima, vergüenza ajena…, por aquellos “cubanos” que aun hoy, después de visto y comprobados los hechos, defienden con tan estúpida melancolía, pasada de moda, incluso, una revolución desrevolucionada, “devoradora de hombres”, que nos ha puesto a la mayoría de nosotros a caminar en cuatro patas, que nos ha obligado a largar la suela de nuestro impar “par” de zapaticos decentes y que nos tiene haciendo el ridículo, como los únicos “revolucionarios” que quedan hoy en el mundo, cantando La internacional, “construyendo” el socialismo y meneando la cinturita parampampimponfuera…
¡Hay que ver, para creer, hasta dónde llega la sumisión de un pueblo cuando, con total paroxismo calamitoso, con absoluta hediondez partidista, doblega su espíritu, defenestra sus valores y limpia con su lengua el suelo, venerando a quienes lo someten a una criminal indigencia, a una hambruna sostenida y a una avalancha de contorsiones patrioteras, por tal de mantener en el poder, y sobre nosotros, especialmente sobre nosotros, un tibor del socialismo que, a estas alturas del partido, seres cubanos versus dictadura castro-comunista, persisten en llamar “revolución cubana”! Así de sencillo, triste, absurdo y totalmente loco.
Pero, en Cuba, la tierra del realismo penitente, la isla de lo real-cochambroso, la letrina de los “cuentos” ideológicos del jamás jamarás jamón, el desatino popular, el desquicio masivo y la insuficiencia generalizada, superan con creces, con profunda alevosía satánica, al arroz con frijoles, al pan con mantequilla, al vasito de leche, al jaboncito oloroso y suave y a los calzoncillos y las medias con elásticos.
Aunque, así y todo, con el dolor de mi alma, con la vida colgando de un hilito, seguimos “marchando hacia un ideal…” como hace más de sesenta larguísimos años, continuamos “avanzando” por las guardarrayas de la historia, “marcando” los caminos como animales salvajes, señalizando con nuestro mea’o revolucionario cada uno de los rincones de un país al que hemos ayudado a destruir, a ridiculizar, a extorsionar y a dejar con una mano delante y otra detrás.
Porque la única verdad es que nosotros los cubanos, como pueblo, quiero decir, no tenemos nada, nada de nada, absolutamente nada, no poseemos ni lo justo para vivir, ni lo más elemental, y no me refiero solo al “pan con esta tripita mía” o al agua calientica pa’ bañarnos, no, hablo de las posesiones terrenales tan necesarias para impulsar la vida, de los “cartuchitos” repletos y no vacíos, de la tranquilidad espiritual que se precisa para crecer con armonía, del respeto a nuestra individualidad como algo sagrado y por encima de partidos políticos, ideologías y “héroes y mártires”, en fin, de la libertad que posee, por derecho propio, por nacimiento registrado en los libros de plasmar la vida, todo ser humano, y todo ser cubano, para cumplir con su destino, para crear y desarrollar su propio futuro y para defender sus intereses más allá de doctrinas oportunistas, de refrigeradores anualmente ociosos, de líderes muy parecidos a un desagradable quiste en el c… y de revoluciones del picadillo a dos onzas por persona.
Dice mi amiga la cínica que el daño causado por esa ceguera nuestra es demasiado irresponsable, muy desproporcionado y hasta suicida porque, y solo basta con mirar la cara de un “dirigente” castrista, y compararla con la jeta de uno de sus fieles difuntos, perdón, de sus “devotos” seguidores, para entender hasta dónde el caso de Cuba, es decir, la extensión de nuestra miseria física y espiritual, se pierden en el horizonte, como agua que se la lleva el viento, y que la revolución de los humildes nos garantizará nuestra desgracia existencial por los siglos de los siglos.
Yo digo que tamaña anormalidad participativa es demasiada. Yo digo que los cubanos nos pasamos “la realidad objetiva” por donde no nos da el sol con una tranquilidad que asusta, que nos hemos acostumbrado tanto a revolcarnos entre nuestra propia mierda que hemos terminado por creer que somos un país, un pueblo, que caga perfumes franceses y no queremos ver, con conciencia, con inteligencia y con respeto, que la “huella” que nos ha dejado el castro-comunismo en nuestros cuerpos y en nuestras almas, es demasiado honda, demasiado destructiva y demasiado anti-cubana, triste pero cierto…
Ricardo Santiago.



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