Tanta agonía y tanta miseria socialistas nos han destrozado la “memoria” a los cubanos.



Yo siempre digo que la gran tragedia, es decir, el noventa y nueve por ciento de que nosotros los cubanos llevemos sufriendo por más de sesenta años esa maldita revolución del picadillo, es, sin temor a equivocarme, la mala, la malísima memoria que tenemos y que le ha permitido a esa pandilla de delincuentes que nos traten como sus esclavos “preferidos”, como a ciudadanos de quinta categoría o que nos lleven, como decimos en lenguaje criollísimo, a patadas por el mús-culo.
Lo cierto es que si nos ponemos a ver nuestra “historia revolucionaria”, la que se inventaron los “sesudos” de la historiografía castro-comunista, la vida nuestra se conformó de promesas incumplidas, de esperanzas irrealizables, de “pajitas en lo oscuro” y de creer, sobre todo creer, en un “futuro” que, cada día, cada minuto y cada segundo, se echa un poquito más pa’ allá y se pone a miles de millones de años luz de todos nosotros.
Es como si la paz, el desarrollo, el progreso, el agua calientica, las uvas de otoño, qué feo eres coño, los sanguisis de jamón y queso y la malta con leche, nos hubieran cogido tremenda tirria a los cubanos y, al vernos con la cara que nos dijeron le emplazáramos “al enemigo”, pusieran pies en polvorosa, patica pa’ que te quiero o dieciséis, huye, huye que te coge el buey…
Porque, al final, nuestra desgracia se ha vuelto clandestina, cíclica, cómplice, reiterativa y chusma. Nos dejamos engatusar con las monumentales toneladas de mantequilla que produciríamos para embarrar los panes, las ciudades y que “todo” nos resbalara mejor, se nos hizo la boquita agua con aquel “vasito de leche” calientica que nos prometió el General de la pamela, nos hartamos con los sobrecumplimientos de las cosechas de papitas fritas, nos sacrificamos y nos partimos el lomo en extenuantes trabajos voluntarios con la ilusión de “mi casa alegre y bonita”, nos dejamos arrastrar a mercenarias guerras en otros países por “la paz mundial” y les dimos, literalmente hablando, hasta la última gota de nuestra sangre porque, según los castro-comunistas, Cuba iba a ser el mejor país del mundo para comer, para dormir, para crecer y para fornicar como vanguardias nacionales.
Y la realidad es que todo lo prometido por esa mierda de revolución del picadillo se convirtió en espuma de meao, en odio, en zafarranchos de combate por sobrevivir, en “albergues” para damnificados, en escobas sin palos, en colchas de trapear “empanizadas”, en manantiales en los techos, en millones de agujas en un pajar pa’ pincharte los huevos y en un mar de lágrimas de nuestras cubanísimas madres inventando, haciendo malabares, torturándose las entrañas y el alma, para darnos un plato con comida decente, una meriendita pa’ la escuela, un par de zapatos con sus suelas completicas y un “trajecito” de buen ver para los paseos domingueros.
Por eso digo yo, grito yo, que los cubanos somos un pueblo que está bien jodido, que es presa de su propio destino y que andará errante, como almas en pena, por los siglos de los siglos, cargando a cuesta la cruz de su estupidez, de su mediocridad y de su mala memoria.
Porque tiene que existir un límite al embaucamiento de los hombres, tiene que constar un STOP a la insensatez y a la docilidad de los pueblos, no se puede ser tan crédulos ni tan comemierdas por tanto tiempo cuando la verdad está ahí, frente por frente a nuestros ojos, dándonos gaznatones en las entendederas y que nosotros continuemos tragándonos el cuento de que nuestra miseria, nuestra pudrición, nuestra hambruna generalizada, sean consecuencia del “bloqueo imperialista”, de que los cubanos no queremos trabajar, de que la crisis mundial del “detergente” nos golpea muy duro compañeros o que la “gusanera” de Miami nos quiere ver muertos y enterra’os como las lombrices del socialismo que somos.
¿Cuántos cubanos de infantería llevan años de años confinados en albergues “transitorios”?
¿Cuándo nuestros hijos han tenido una alimentación balanceada y equilibrada en estos larguísimos años de revolución del picadillo?
¿Cuándo hemos podido dejar de preocuparnos por lo que vamos a comer mañana?
¿Cuándo podremos decidir nuestro destino como nación?
No, cubanos, parece que se nos ha olvidado que esos hijos de puta que tanto “aplaudimos” nos prometieron que nadaríamos en la abundancia pero a cambio nos han dado un país que se hunde, que apesta, que agoniza en un inmenso estercolero de socialismo o muerte, de patria o muerte y de una continuidad que no es más que nuestra propia muerte.
Ricardo Santiago.



Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Translate »