La destrucción de la familia cubana: El mayor genocidio cometido por el castro-comunismo.



Recibo muchos comentarios, por privado, de personas que les gusta el Blog Por Eso Me Fui De Cuba, mi página de Facebook de igual nombre, que leen todas mis publicaciones, que están de acuerdo con ellas cien por ciento pero que tienen que hacerlo en silencio, calladitos se ven más bonitos, porque necesitan ir a Cuba, por diferentes motivos, y temen que les nieguen la entrada, a su propio país, por apoyar a un “connotado contrarrevolucionario al servicio del imperio”.
Es triste pero es una descojonante realidad.
Y es que a nosotros los seres cubanos nos pueden acusar de muchas cosas: De hablar alto, muy alto, de ser grandilocuentes, exagerados, de creernos los mejores en todo, de que en pelota no había quien nos ganara, de que inventamos el “coquito con mortadela”, que discutimos de cualquier tema y siempre queremos ganar, que defendemos que no hay nada como una rumba de solar aguardiente mediante, que en el sexo ¡pa’ qué te cuento!, en fin, de muchas cosas, pero de lo que si no nos pueden culpar es de abandonar u olvidar a la familia y a nuestra Cuba querida.
Aun así nuestra historia reciente (fundamentalmente décadas de los 60s, 70s, 80s y parte de los 90s) está repleta de rupturas y “olvidos” familiares, de abandonos, de: “no me hables que yo no me relaciono con gusanos…”, de madres sin poder abrazar a sus hijos, de hijos sin recibir el sabio y oportuno consejo de sus madres, del dolor de la ausencia y “el nido vacío”, literalmente vacío, de muertos sin sus lágrimas queridas y del odio sembrado por una ideología absurda y por eternos rencores que sólo sirvieron y sirven para alimentar el ego, la ambición, la mezquindad, las bajas pasiones y la mediocridad de quienes un día se autoerigieron como los “meroliqueros guardianes de la revolución y del socialismo”.
El crimen más atroz que puede cometer un Estado, sea cual sea, es el desmembramiento de la familia por cuestiones absurdamente políticas.
Entonces: ¿Quién es el máximo responsable de la ruptura, el despedazamiento y la tristeza de la familia cubana?
Miles de historias de separación y dolor pudieran contarse en este largo período de más de seis décadas. Cientos de miles de seres cubanos distanciados tiempos enteros, vidas completas, amores escondidos y en silencio con heridas en el alma que, en verdad, nunca sabremos si las podrán cicatrizar aunque aparenten todo lo contrario. Hay dolores que no desaparecen ni con montones de disculpas.
Un sólo cubano llorando desde lejos por la pérdida de un ser amado, sin poder poner siquiera una flor sobre la tumba de su ser querido, es la más contundente prueba del genocidio de esa dictadura, del abuso y la violación de todos los derechos humanos posibles aunque estén incluidos en una declaración universal o no.
Porque, en mi caso, nunca superaré ese dolor, esos espantosos recuerdos de no poder siquiera preguntar por la tía Yayi: ¡la que un día se fue pa’l Norte! y vivir y ver cómo la vida y el tiempo se la tragaban entera, la engullían con arengas verde olivo, con prohibiciones revolucionarias y me la desaparecían para siempre muerta en vida, viva en vida, muerta en muerte o viva en muerte: ¡Vaya usted a saber!
Tuvimos que conformarnos, en los años de la barbarie y la persecución comunista, con mantener en secreto nuestros amores para que el castrismo no se los llevara con su constante y eterna “rectificación de errores”.
La familia es sagrada, es la base de la espiritualidad del hombre, la mujer, los niños y hasta de los amigos. Nadie tiene derecho a separarnos porque unos u otros pensemos diferente, seamos diferentes o aspiremos a metas diferentes.
La grandeza de un pueblo está en la diversidad de sus gentes, en la convivencia y en el respeto mutuo de sus hombres y tanto los azules como los colora’os, los amarillos y los grises podemos estar juntos, “todos mezclados”, amarnos, respetarnos y ser felices.
Los cubanos no nos merecíamos ni nos merecemos esta desagradable tiranía del apellido castro eternamente en nuestras vidas. Hoy se sienten hasta con el derecho de prohibirnos la entrada a nuestra querida isla porque no acatamos sus “reglas”, no nos doblegamos ante su asquerosa doctrina o no aceptamos que nos metan el de’o en el c…
¡Que el mundo nos acuse de cuanto quiera, que nos tilden de lo que les dé la gana, pero que quede claro, bien claro, para nosotros los seres cubanos la familia es y será sagrada, esté donde esté!
Ricardo Santiago.



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