La revolución de los humildes, pero de tan humildes, que nos convirtió en pordioseros.



Dice mi amiga la cínica que fue justamente eso, es decir, nos creímos tanto el cuento de “la revolución de los humildes”, apoyamos con tanta devoción, tanto desparpajo, nos rajamos tanto las plantas de los pies persiguiendo un idílico e inexistente paraíso, nos llenamos tanto las manos de cayos sangrantes con la guataca o con el “fusil contra fusil”, nos revolcamos tanto con nuestra peste a grajo hasta sofocarnos y soportamos con tanto estoicismo las condiciones más precarias para construir ese puñetero socialismo, que terminamos convertidos en un pueblo de pordioseros, de miserables y en un país enclenque, raquítico, que no tiene un solo lugar decente pa’ amarrar la “chiva”, bueno, tampoco hay chivas, bueno, sí, hay un montón, una enorme cantidad de chivatones.
Pero, vamos por parte, en realidad qué ganamos los cubanos al aceptar, al ser protagonistas de tamaño disparate, de tan absurdo proceder de la “idea y de la materia”, de la unidad y lucha de contarios, de la negación de la negación o de la “compañerísima” igualdad social.
Porque al principio, es decir, en Enero de 1959, Cuba era un país que lo tenía todo, o casi todo, para no ser absolutos. Es cierto que había pobreza y algunos indicadores negativos como cualquier sociedad en perfecto desarrollo, pero nada comparado con este 2020, nada que se parezca al miserable país que hoy tenemos, a la vergüenza de nación en que nos convirtió la revolución del picadillo, ahora de las tripas, al indolente ser cubano en que nos fuimos transformando cuando aceptamos, como lo más normal del mundo, que la destrucción, la indigencia, la negligencia, la corrupción, la represión, el abandono y la colectividad son méritos revolucionarios y no estúpidas, catastróficas decisiones que toma un ser cubano cuando quiere cavar su propia tumba.
Y no hablo del espaldarazo consciente que le dimos a la espiritualidad, no menciono aquí la nefasta “providencia” que asumimos cuando le cerramos la puerta en la cara a Dios y le abrimos las ventanas a Lenin, a Marx, al fidel de la “montaña” y a la perversidad de un régimen que nos cambió la leche condensada, los turrones y el “membrillo”, por sacrificios, por toneladas de sacrificios, por una eternidad de sacrificios que, tras más de sesenta larguísimos años, no han dado ni un solo “fruto” que se pueda comer, ni una sola calle donde no te caigas en un hueco, resbales con una fosa séptica reventada y te partas la crisma o te manches la ropita dominguera, ni una sola ciudad que no sea ejemplo de ruinas pasadas, presentes y futuras, ni una sola casa rajada por la desidia, la promiscuidad, el hacinamiento y, lo más triste, lo más terrible de todo, ni un solo cubano de infantería, ni un solo hombre o mujer de ese pueblo castigado, penitente, inocente y culpable, que no refleje en sus ojos una profunda tristeza, una loca desesperación y un enorme deseo por largarse de ese maldito infierno al que insisten, como prueba fehaciente de la estupidez conmemorativa de un pueblo esclavo, en llamar “revolución cubana”.
Por eso digo que así nos tienen que ir las cosas, que muy mal deben estar puestas, o funcionando, nuestras neuronas de pensar cuando seguimos aplaudiendo la asquerosidad, cuando saltamos el churre en vez de limpiarlo, cuando miramos hacia otro lado y no somos capaces de enfrentar, con los ojos abiertos, bien abiertos, al único responsable de esta vida de perros callejeros que vivimos o sobrevivimos.
Cada día que pasa profundizamos más en el “socialismo” y cada vez más nos hundimos en la mierda, nos atrasamos, involucionamos proporcionalmente en la misma medida en que se enriquecen “nuestros” inmortales dictadores, en que la casta “gobernante” y sus descendientes amplían su poderío económico y represivo mientras nosotros, casi once millones de seres cubanos, medianamente mortales, agonizamos en enormes filas para adquirir un calamitoso pedazo de pollo “yanqui”, nos “deszapatamos” kilómetros y kilómetros tras un espectral bocado para alimentar a nuestros hijos y nos dejamos consumir por una inercia participativa que, por favor cubanos, está acabando con la poca vida que ese sistema de porquería nos ha dejado.
Yo insisto, la revolución de los humildes y por los humildes no fue más que una gran estafa. Nos enrollaron como a idiotas en papel de caramelos y nos han mantenido, durante estas seis décadas de revolucionaria ceguera, un tiempo desmesuradamente largo, mal limpiándonos el c… con celofán, tragándonos el polvo de nuestro propio suelo anegado en sangre, con nuestra sangre, y mirando “tripas”, o sembrando unas “piñas”, que nunca nos dejarán comer porque eso, y no otra cosa, es esa maldita humildad revolucionaria.
Ricardo Santiago.



7 comentarios en «La revolución de los humildes, pero de tan humildes, que nos convirtió en pordioseros.»

  1. Error amigos esa robolucion si es de los humildes por los humildes y para los humildes. Los humildes son ellos que humildemente lo tienen todo y humildemente comen de todo y muy humildemente viven en las humildes casas de siboney el laguito y 5ta avenida

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  2. Nos fuimos en los 60’jamas volvimos despreciando a los comunistas desde siempre,cuando comenzaron el 26_8_52,quizás los cubanos recuerden los adoraron hasta q comenzaron a pisarles el callo hasta reventarse los

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  3. genial,un fidel que vive en la montana jajaja,,,,,,,,,el genio de la montana jamas hablo de bloqueo ruso cuando dejaron de mantenerlo como lo que fue todo,un regimen parasitario

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