Cuba, un país destruido, La Habana, una ciudad fétida, humillada y abandonada.



Duele reconocerlo, no cabe otra, pero Cuba hoy es la vergüenza del mundo, el dolor, la rabia de todos los seres cubanos que sentimos amor por ella, que la idolatramos y que sufrimos al ver cómo se hunde aceleradamente en el peor, más nauseabundo, fétido e infeccioso estercolero creado por la desidia, el abandono, las mariconadas revolucionarias y la apátrida mirada de un régimen dictatorial, de una cúpula de bandoleros, asesinos, criminales y ladrones, que solo la quieren para exprimirle sus raquíticos “senos” y robarle el poco aliento que le queda.
En eso el castro-comunismo nos convirtió la Patria, en una inmensa letrina donde yacen, se fermentan, los otrora excelsos valores que nos caracterizaron como nación y que nos llevaron a estar entre los países más codiciados, más apetecidos de este planeta azul por sus olores, por sus sabores, por la hidalguía de su pueblo y por una tremendísima alegría colectiva que contagiaba a los más escépticos y los ponía a bailar un sabroso danzón, un rico son montuno o una erótica y bien contagiosa rumba de solar, con el alma, con los pies y con los amores inalcanzables.
Pero fidel castro, el castrismo, el socialismo y su andanada de meroliqueros oportunistas del comunismo nos pudrieron todo lo bueno que teníamos. Sin miramientos transformaron un país que olía a sanguisi, a rico jabón de bañarse, a malta con leche, a guarapo con hielitos, a colonia de varón viril, a perfume de hembra hermosa, a café recién colado, a calles pavimentadas, a edificios bien cuidados y a patriotismo, por una extraña mezcolanza de adrenalina subidamente “revolucionaria” con internacionalismo pendenciero, con fosas sépticas reventadas en las calles, con ruinas y escombros erigidos como monumentos a la cobardía, con alimentos mal elaborados y en estado de descomposición, con chivatería social, con vulgaridad política y, lo peor de todo, con un país donde nunca se sabe dónde empieza la realidad y dónde termina el absurdo.
Por eso la vida de vivir en Cuba es tan triste, tan dolorosa y tan humillante. Los seres cubanos llevamos más de sesenta larguísimos años retrocediendo, reculando, involucionando a tal punto que hoy la mierda, literalmente, convive con nosotros, “transita” por las calles a la par que los cubanos como si fuera uno más, como si fuera un castigo merecido porque decidimos apoyar una ideología, una doctrina y un régimen que solo genera improductividad, atraso, represión física y espiritual, violencia de Estado, violencia social, desesperación y muerte.
Y la mayor verdad es que tamaño huracán de destrucción, de odio y de desastres no avizora calma ni solución. La isla entera está infectada por una gigantesca espiral de las “victorias” del socialismo con la que muchos cubanos, muchísimos, nos hemos adaptado a sobrevivir como única opción y nos hemos dejado arrastrar, como movidos por una inercia escalofriante, hacia donde el hambre, la miseria y la indigencia nos lleven pues no tenemos nada mejor para “comer”, ni en qué “pensar” y mucho menos en quien confiar.
La Habana es el más doloroso ejemplo de los rencores que hemos vividos, desde el 1 de Enero de 1959, cuando le abrimos las puertas de nuestras murallas al peor tirano que ha existido jamás. De esto me reservo hablar, otra vez, para que no me acusen de traición, de mal ser cubano o de que me gusta burlarme de mi pueblo, solo diré que las imágenes sobre la “Pompeya” habanera, el desastre causado únicamente por la revolución del picadillo, hablan, argumentan y lo explican por sí solas…, ver para creer.
Unos dicen que fue por excesiva rabia contra Batista, otros porque nos creímos demasiado el cuento de la democracia fidelista, mi amiga la cínica que fue por un exceso de comemierdería, de borrachera y de relajo pues el entusiasmo de la mayoría del pueblo, por construir una “nueva” sociedad, se hizo evidente en el apoyo multitudinario que le dimos al castro-comunismo y a toda la irracionalidad que trajo semejante revolución “de los humildes”, pero lo cierto es que hoy el resultado, a tales pronunciados disparates, es un país y un pueblo que sudan sangre, que el aliento les huele a estómagos vacios, que la tristeza la cargan por toneladas sobre sus espaldas, que la falta de fe les entorpece el andar con soltura y que la desesperación, la humillación, la subestimación y el desprecio que tenemos que soportar son tan grandes, tan absurdamente desproporcionados, que muchos prefieren dejar de vivir esa perra vida y morir intentando alcanzar la libertad.
Insisto, es triste, es doloroso, pero es una realidad, el castrismo desangró a Cuba y convirtió a la mayoría del pueblo cubano en portadores de la miseria física y espiritual.
Ricardo Santiago.



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