Los seres cubanos somos un pueblo que tenemos que someternos a un examen obligatorio, riguroso y exigente de conciencia y de valores cívicos.
A un “somatón” espiritual que nos detecte, nos diagnostique y nos recete, un reconstituyente de energías patrióticas, de dignidad y de vergüenza, que nos haga reaccionar ante el deplorable estado de sumisión que, casi voluntariamente, hemos asumido, como un himno nacional, por los últimos sesenta y tres larguísimos años de nuestra “revolucionaria” y raquítica existencia.
Por supuesto que como primer acto de seriedad debemos plantearnos realizar estos test de decoro, de valentía y de gallardía, sin cometer ningún tipo de fraude, sin llevar “burritos salvadores” y mucho menos, pero muchísimo menos, algún que otro chivito expiatorio.
Y digo esto porque desde el 1 de Enero de 1959 se hizo muy habitual en Cuba que para todo lo malo que hacemos, las burradas que cometemos y los disparates que estandarizamos, siempre encontramos a un “delincuente” externo a quien responsabilizar y echarle la culpa del tremendo bache en una calle del barrio, de las ventanas del policlínico que parecen una claria con la boca abierta, de las paredes de la escuela despintadas y rotas, del basurero clandestino en medio de la vía pública, de las aceras levantadas con las que más de uno ha sacado su perro boniato, de las aguas, de los mares albañales con sus muchos “barquitos de papel” incluidos, del vecino indolente con la musiquita a to meter hasta las tantas de la noche, de mañana me tengo que trepar a ese camión para ir a ver al niño a la escuela al campo y de las tantas familias damnificadas, hacinadas en albergues improvisados, y sin las más mínimas condiciones de vida que, por más de miles de años, sobreviven sin que la revolución de la salchicha, la pobrecita revolución, pueda darles solución pues, como todos saben, compañeros, es el bloqueo imperialista, la mafia de Miami y esos revoltosos de la oposición, quienes no permiten que este país avance y prospere.
Y justamente de eso se trata el maldito socialismo, de culpar a otros de las insuficiencias que como sistema genera, de socializar la fealdad, la miseria, el mal gusto, de convertir la sociedad en una letrina igualitaria donde a todos, perdón, a casi todos, nos llega el desastre social por tuberías sin que tengamos siquiera la opción de quitarle las piedras a los frijoles.
Por eso siempre digo que nosotros, los seres cubanos, nacimos para vencer, digo, para vivir “a granel” y aceptamos mansamente que la dictadura castro-comunista nos quitara los cartuchos, nos prohibiera los bellos embalajes y nos condenara a las chapuceras marcas y los horribles “pomitos” pues, según ellos, el hombre nuevo, el revolucionario sacrificado, los vanguardias de la patria socialista y los cederistas destacados, no necesitan que el arroz les llegue limpio y bien empaquetado, las papas frescas y lavadas, la langosta…, bueno…, no, la langosta no que la revolución la necesita para construir escuelas y hospitales…, en fin, que un comunista no precisa celofán ni colorines pa’ sonarse un pan con pasta rancia cuando acabe el trabajo voluntario, así de simple…
La dictadura castrista condicionó la mentalidad del cubano para que aceptara como guerra de todo el pueblo, amor a la revolución, defensa de la patria socialista y que se vaya la escoria, la injustificada y grosera destrucción física y espiritual en que fue convirtiendo, gradual y sistemáticamente, a Cuba y la vida de todos nosotros.
Así terminamos aceptando, como lo más normal del mundo, el racionamiento alimentario distribuido en las condiciones más deplorables y antihigiénicas, un servicio gastronómico estatal que da asco y ganas de vomitar, el abandono de las instituciones deportivas, la depauperación de los valores cívicos de los ciudadanos, la estandarización a todos los niveles de la falta de respeto, la chusmería y la chabacanería, el protagonismo de las ganas de matar, las carencias de productos elementales para la vida, los altos niveles de alcoholismo por la pérdida de fe en el futuro, la mierda al cuello para todos, el hambre que no se me quita nunca, la ciudad podrida, el trovador cantando y un país hundido en la más profunda desesperanza porque el socialismo, el régimen dictatorial de los hermanos castro, apuesta más a que el ser cubano se llene la barriga y el cerebro con un “buen” discurso que con un sencillo, a la planchita, bien calientico, sanguisi de jamón y queso.
La culpa es nuestra, cubanos, la dictadura castrista nunca nos trató como seres humanos, para esa abominación endemoniada somos, y siempre fuimos, una pipa de cerveza revolucionaria donde ahogar las penas…
Ricardo Santiago.