El castrismo nunca obtendrá el perdón de Dios, ni el de los hombres dignos tampoco.



¿Cómo convencer al mundo de que la revolución castrista es una dictadura asesina?
¿Cómo demostrar que el castrismo, esa pérfida tiranía que subyuga mi Patria, es la máxima responsable de la muerte en vida, y de la muerte en muerte, de millones de seres cubanos?
¿Cómo argumentar que la indigencia, la destrucción, la mierda, la pudrición y el desastre, en que se ha convertido mi país, es obra de la peor autocracia que ha sufrido una nación en toda la historia de la humanidad?
Yo siempre he dicho que el castro-comunismo, es decir, esa nauseabunda porquería que es la engañosa revolución socialista en Cuba, no es más que una perfectísima maquinaria de generar ensangrentadas riquezas, para un grupúsculo de criminales, a expensas de exprimir, triturar, machacar y doblegar el espíritu, la individualidad, la conciencia y el honor, de hombres, mujeres y hasta de niños inocentes.
El castrismo es, en síntesis, la deshumanización de la sociedad, de todos sus componentes y una felonía multidisciplinaria que agarra por el cuello las estructuras de cualquier democracia y la va asfixiando, de a poquito un rato, y como torbellino desquiciado otros, hasta transformarla en un terror “revolucionario” donde el miedo es el nuevo y único sentimiento de quienes no logran escapar, o incluso escapan, con tamaña maldición metida dentro del alma.
La mediocridad, la masividad y la unanimidad, pasan a ser los factores dominantes de las multitudes y la inercia ciudadana es el “motor impulsor” del conformismo, la negligencia, el desinterés y el sálvese quien pueda.
“El sueño de la razón produce monstruos”, dijo el gran Maestro español, y eso fue justamente lo que nos pasó a los seres cubanos. Asumimos con desbordada estupidez las mentiras de fidel castro, nos dejamos engatusar con la estafa del paraíso socialista, nos dejamos dormir con el cuento del “futuro mejor” y así nos sorprendió el “alba” haciendo guardias tristes para cuidar la miserable propiedad “proletaria”, que nos decían era nuestra, pero que, en verdad, pertenecía únicamente a la cúpula de los castro.
El sueño eterno de los cubanos, o mejor dicho, la siestecita que tiramos en los años 60s, 70s y 80s del siglo pasado, al “arrullo” de la igualdad social, la salud gratuita, la educación cobarde, abre el cartucho y agarra cuanto puedas, estamos felices porque erradicamos la putería en Cuba, se fue la gusanera, mantequilla por la libre, el café Caturra, el vasito de leche para todos, pioneros por el comunismo, se te queman los frijoles, con la guardia en alto y chivatéalo, chivatéala, chivatéalos como puedas, engendró la aberración que hoy estrangula a la sociedad civil cubana, y que es la misma que no nos va a permitir ni el más mínimo rayito de libertad “biológica” mientras sigamos, con la panza pa’rriba, rumiando una desgracia de la que somos nosotros los máximos responsables.
Porque en esto de ser libres influyen factores que van mucho más allá que quejarnos por cinco huevos por persona una vez al mes, por un mísero pan diario, por la leche pa’ los niños hasta los siete años, por libertad de pensamiento, por una falsa constitución o por aceptar pollo por pescado pues la libertad de una nación, es decir, librarnos de una dictadura como la castrista, empezará cuando seamos capaces de erradicar el analfabetismo mental, el adoctrinamiento, la docilidad ciudadana, la resignación y el aburrimiento que, por más de sesenta y dos larguísimos años, nos inoculó esa cruel tiranía, como coquito con mortadela, en nuestros “democráticos” cerebros.
Muchas son las víctimas del castrismo, del fidelismo, del socialismo pandillero, del concubinato de dictadorcillos y tiranuelos de los hermanos castro en Cuba.
Somos millones de familias divididas y enemistadas, millones de asesinados por defender el derecho a pensar como nos da la gana, millones de padres impotentes ante el dolor de sus hijos, millones de desaparecidos, millones de seres humanos viviendo en la indigencia y en la pobreza, millones con hambre, millones de encarcelados, millones de desplazados, millones obligados al “destierro y la excomunión”, millones sentenciados de por vida y, lo que es peor, realmente terrible, millones engañados y actuando como bufones de dictadores defendiendo y cobijando a una crápula de ladrones, asesinos, criminales, corruptos y estafadores, que nos manipulan descaradamente para que gritemos socialismo o muerte, croquetas explosivas, venceremos.
La brutalidad del castro-socialismo no tiene límites, se ha “viralizado” como un sarampión muy contagioso que extermina humanidades, incluso, en el mismísimo corazón de las auténticas democracias.
Las esporas venenosas del castro-comunismo hoy campean sin respeto, también en el exilio, ampliando la lista de víctimas de un régimen que nunca obtendrá el perdón de Dios, y digo yo, ni el de los hombres tampoco.
Ricardo Santiago.



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