El odio, la envidia, los cubanos somos los peores enemigos de nosotros mismos.



Duele decirlo pero es verdad, los cubanos, desafortunadamente, somos los peores, para no decir los únicos, enemigos de nosotros mismos.
Porque, si usted lo piensa bien, a Cuba, y a los seres cubanos, no los han destruido ningún “enemigo” imperialista, ni ninguna asociación internacional de economistas que planifican la “economía”, ni ninguna Constitución extranjera, ni ningún Presidente elegido democráticamente, ni el dólar americano, ni la libertad guiando al pueblo, ni la abundancia en los supermercados, ni los derechos individuales, ni el respeto y la educación cívica, ni la división de poderes estatales, ni dos mil kilómetros de tripas, ni la propiedad privada y ni el derecho a pensar libremente, no, a Cuba y a los cubanos nos han destruido el odio, la envidia, el rencor, el egoísmo, la vagancia, el oportunismo, la traición, la cobardía y esa puñetera manía que hemos adquirido de querer ser, a santo de qué, como el comandante trucutú la tuerca, el hijo de puta que nos condujo como nación, como pueblo y como país, por los trillos de ese infortunado socialismo de tempestades.
Y es que a “eso” nos enseñó, desde el mismísimo 1 de Enero 1959, ese maldito invento de “revolución de los humildes”, un tremendo huracán de errores, de malas decisiones y de estupideces que, al final de esta larguísima historia de libretas de racionamientos, de la Patria asediada y reprimida, del último la peste y el primero se la traga, del “bloqueo imperialista”, de siempre hay un ojo que te ve y de los guajacones convertidos en clarias, no han hecho otra cosa que enfrentarnos a los unos con los otros, separarnos entre los que aman y construyen y los que odian y destruyen, en ponernos a subir el Pico Turquino con la lengua afuera, con los calzoncillos sin elásticos y con las medias desbembadas, que empujarnos a ofender al vecino y a repudiar a nuestros hermanos, que pedirnos cada vez más y más sacrificios a cambio de soportar un hambre de tres pares de cojo…, que etiquetarnos con consignas patrioteras y que exigirnos, so pena de muerte o brutales condenas en presidio, que repudiemos, hasta a la madre que nos parió, si esta no defiende, hasta con su última gota de sangre, a fidel, a su revolución y al socialismo.
Esa es Cuba y esos somos los cubanos, un país y un pueblo destruidos desde la raíz, una nación sepultada bajo millones de toneladas de la mierda que nos hemos tragado por estar culpando a otros de nuestra mediocridad, de nuestra improductividad, de nuestro oscurantismo político, de nuestro mal uso de la inteligencia humana y del odio que, la inmensa mayoría de nosotros, cargamos en nuestros corazones porque creemos, aseguramos, que cada cual tiene la razón, el mejor plan, la idea más brillante, en esta “enorme tarea de descojonar la Patria”.
Dice mi amiga la cínica que los cubanos, como pueblo, convertimos el odio y la envidia en un deporte extremo, nos arriesgamos a sacar más de medio cuerpo por una ventana por tal de vigilar al vecino para denunciarlo por “apropiación indebida de criterios”, por pensar diferente a lo establecido por la revolución y por cagarse en la madre de fidel castro cada vez que cortan la electricidad a la hora de la novela. Vivimos más pendientes de los logros y las desgracias de nuestros vecinos y familiares que de las propias, somos capaces de hacer daño, e incluso causarle la “muerte”, a quienes logren en esta perra vida socialista un poquito más que nosotros, un tincito más de aire limpio para respirar o, sencillamente, arrancarse del alma las terribles cadenas que nos esclavizan a una endemoniada ideología que nos tiene pidiendo el agua por señas y comiendo, literalmente, de lo que pica el pollo.
Así nos convertimos en un pueblo enfrentado, enemistado, odioso y envidioso. De a poquito fuimos aborreciendo comunistamente a quienes no gritaran bien alto, más alto compañeros que no se oye…, viva la revolución y viva fidel, a quienes se negaran a destruir la Patria y llenarla de escombros, a quienes quisieran ser libres e independientes y a quienes tuvieran los suficientes genitales, femeninos o masculinos, para enfrentarse a la peor tiranía que ha soportado un país en toda la historia de la humanidad.
Yo digo que tamaña desgracia nos ha calado muy hondo en nuestro subconsciente como pueblo. Odiar a quienes no piensan como nosotros, en cualquier tema de la vida, no tiene que enfrentarnos ni enemistarnos, dejemos a los reaccionarios castro-comunistas que se hundan en tan dañinos sentimientos y rescatemos, de una vez y por todas, la bondad, el respeto y le armonía que, una vez, nos caracterizó como país y como pueblo.
Yo ya empecé a intentarlo…
Ricardo Santiago.



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