La miseria física y espiritual que padecemos los cubanos es la peor del mundo.



Y son las peores de todas, la miseria, la indigencia, la infelicidad, la desgracia y el desamparo, quiero decir, porque, el 1 de Enero de 1959, nos prometieron, y por desgracia lo creímos, que nos convertiríamos en el pueblo más próspero del mundo, que los cubanos estaríamos a la vanguardia en la producción de carnes, leche, huevos, mantequilla, café, sanguisis de jamón y queso, jugo de guayaba y arroz con pollo, que cada cual tendría su casa alegre y bonita, que las calles de Cuba brillarían como un coquito y que por ser revolucionarios, apoyar al comandante en jefe y por destruir todo cuanto habíamos logrado anteriormente, el socialismo nos premiaría con un país que daría asco, que repugnaría, de tanta “abundancia”.
Allá nos fuimos, como comunistas sin comuna, en masa compacta de obreros, campesinos, estudiantes y algún que otro intelectual, a construir un estrambótico régimen “social” sin propiedad privada, sin derechos humanos inalienables, sin respeto por las leyes ni por la Constitución de la República, sin educación ni civismo ciudadanos, sin amor por nuestra Patria y sin respeto por un pasado glorioso que nos ubicó, por derecho propio, entre los países más confortables del mundo.
Dice mi amiga la cínica que la revolución castrista, es decir, la revuelta terrorista encabezada por fidel castro y su pandilla, no hizo otra cosa que sacar a la luz nuestra gran mediocridad como pueblo, puso al descubierto que éramos ciudadanos de fácil manipulación y que nos importaban más la bachata, el bonche y el relajo, que hacer funcionar un país donde el respeto, la lógica, el sentido común y las leyes universales del progreso, fueran “la base de todo”.
Si analizamos la historia de Cuba, la de los últimos sesenta larguísimos años hasta nuestros días, distanciados o divorciados del tremendismo y del chovinismo que nos caracteriza como nación revolucionaria, nos daremos cuenta que nuestro país, y hasta nosotros mismos, llevamos ese tiempo sumergidos en una espiral de fracasos, de absurdos, de disparates físicos y emocionales, de involuciones, de marcha atrás sin frenos y de miserias constitutivas que nos han convertido en el pueblo más atrasado, más mezquino, más indigente y más deplorable del mundo.
Un cubano de antes, es decir, un cubano “republicano”, vivía mucho mejor, con muchísimo más confort, en la década de los cincuentas del siglo pasado, que un cubano revolucionario, fidelista y socialista, en pleno siglo XXI. Esta verdad, tan aplastante como que la propiedad privada es la única que propicia el desarrollo, está a flor de piel, es muy fácil apreciarla en las imágenes que circulan en Internet de esta Cuba de ahora donde predominan los derrumbes, las ruinas, los escombros en las calles, un país envejecido, feo, feísimo, con su infraestructura productiva inoperante y la tristeza, el hambre, la desesperación, el hastío, el miedo y la locura, reflejados en el rostro de muchísimos cubanos de infantería.
Las promesas que nos hicieron, quienes decían nos pondrían a vivir como los reyes del proletariado, se esfumaron en un dos por tres, se perdieron entre las ambiciones expansionistas, el egoísmo, la traición, la prepotencia y el descaro de un régimen que hizo de Cuba su feudo, su “Granjita Siboney”, y de los seres cubanos sus ciervos de la leva, sus esclavos y sus soldados sumisos, kamikazes, prestos a morir en donde sea fidel, en donde sea…
Hoy tenemos un país que es una vergüenza mundial, una tierra devastada por los intereses y la codicia de un grupúsculo de malditos tiranos que nos tienen cieguitos de ideología, que nos aprietan cada vez más la venda de los ojos, el cinto en la cintura y la soga en el cuello, para que no seamos capaces de ver la realidad, para que no nos movamos ni un milímetro de la línea trazada por la política del partido comunista y para que no podamos respirar, ni un tincito, de este aire libre que es de todos y que le toca a cada cual según su capacidad y a cada cual según sus deseos.
Por eso somos el país más miserable del mundo, y no solo lo somos por la indigencia, la pobreza y el desastre que nosotros mismos hemos creado y que nos sepulta como nación, no, somos el país más vergonzoso de este planeta azul porque somos los únicos que aplaudimos, que celebramos, que nos gusta vivir entre la mierda, abrazados a la pudrición y vitoreando a quienes nos aplastan, nos reprimen, nos avasallan, nos esclavizan y nos hacen creer que un “mojón” es carne…, y de la buena…
Ricardo Santiago.



Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Translate »