El socialismo destruyó a Cuba y convirtió a los cubanos en un pueblo miserable.



El tema es que nosotros los seres cubanos, con el bonche y la jarana, llevamos más de sesenta larguísimos años viviendo bajo el horror de una ideología, la del socialismo, que es antinatural, antihumana y antilógica, y que nos obligó a transformarnos en un montón de cosas para poder salvarnos de la fetidez implícita en la peor pudrición que le puede caer a un país o a un pueblo.
Muchos de nosotros, gracias a Dios, evolucionamos y abrimos los ojos a la par que la caña nos la ponían a tres trozos, el picadillo de soya nos daba un asco del carajo o nos cansamos de las tantas mentiras, las miles de promesas y los millones de letreros que decían que rectificando el socialismo, cada tres meses, llegaríamos más lejos que los americanos, que los suizos o que los ingleses.
Porque al final este cuento cansón, tedioso y repugnante del comunismo, del hombre nuevo, del “invencible”, de arriba los pobres del mundo, de los zapaticos me aprietan y de la revolución socialista, determinó que el ser cubano terminara empachado con todo lo que tuviera que ver con el ser social, la conciencia social, la lucha de clases y la chivatería ciudadana.
Por eso muchos nos fuimos de Cuba y mandamos al carajo las ridículas promesas que nos hiciera el cambolo de Santa Ifigenia. Nos reímos amargamente de sus payasadas y protagonizamos la mayor estampida social, por tierra, mar y aire, registrada en los anales de la historia contemporánea, media y antigua.
El ser cubano se hastió. El cubano inteligente no quiso ser más hombre nuevo, ni medio nuevo, ni toda esa mierda, porque al final el modelo de buen cubano, del mejor cubano de todos, ya estaba inventado y fue el que nos legaron los verdaderos próceres de nuestra independencia y que a base de dignidad construyeron la nación que esos hijos de puta castristas nos arrebataron.
Pero insisto: los seres cubanos con sentido común no quisimos continuar formando parte del disparate castrista y nos fuimos. Yo digo que por el hambre, la escasez, las “marchaderas” histéricas, la represión espiritual y los desesperados deseos de ponernos “un pitusa nuevo” sin ser vigilados por la tipa del Comité o que nuestros padres se reventaran la gandinga, reuniendo pesito a pesito, para comprárnoslo en la bolsa negra, así de simple.
Pero mi amiga la cínica dice que no, que este es un fenómeno mucho más complejo que tenemos que entender como la teoría de la evolución-involutiva de la “especie” cubana, pues todos nosotros, tanto los que “buscamos en el monte amparo” como los que insisten en pernoctar en las letrinas fidelistas, conformamos una nación triste, dolida, amarga y miserable.
Pensándolo bien es verdad, no hay que ser científico o “letrado” profesional para describir con justa vergüenza qué significó para cada uno de nosotros esa amarga, horrible y descojonante experiencia.
Yo mismo, para no ir muy lejos, y de paso responderle a mis “seguidores” castristas que me atacan con eso de que yo tengo un trauma con los calzoncillos sin elásticos, pues les digo que sí, que tienen toda la razón, porque hay que vivir tan bochornosa tragedia, a la edad en que se quieren presumir los atributos de varón “conquistador”, estar parado frente al “amor de tu vida”, tener puestos unos “underware” cayéndosete constantemente y tú teniendo la cobarde sensación de que el mundo se desmorona porque se te va a salir “un huevito” por el bajo del pantalón.
Por cierto, hablando como los locos, tengo un amigo muy querido, un jodedor del cara’, que para darme consuelo me decía: “Muchacho métetelo en la raja del c… pa’ que no se te caigan…”. Muchos años después, ya aquí en el exilio, el muy hijo de puta me llamó un día y me dijo: “Viste, al final no fue tan malo y tenemos que agradecerle al castrismo que inventara el hilo dental”.
Yo siempre digo que todo lo que se quiere imponer a la fuerza, como un dogma, como una línea vertical que no admite ramificaciones, como un militante, militante, ¿por qué me echaste pa’lante?, termina causando una reacción contraria en los seres humanos. Ese fue el caso del hombre nuevo “cubano”.
El castrismo nos quiso “uniformar” la Patria con un “modelo” de superhéroe de revoluciones que se comía a los americanos vivos, que detestaba las bondades del capitalismo por considerarlas debilidades espirituales, que solo escuchaba la canción comprometida aunque el disco estuviera ralla’o y que cagaba de pie porque los revolucionarios, los de verdad, no se agachan ante nada ni ante nadie.
Pero el tiro les salió por la culata y los que un día tuvimos que usar pañoletas, desyerbar surcos interminables en las escuelas al campo y decir la Universidad para los revolucionarios, hoy estamos en el exilio, con nuestros hijos y nietos, contando sin tapujos la “verdadera” verdad sobre aquella amarga, muy amarga, pero muy amarga experiencia.
Ricardo Santiago.



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