En Cuba hay hambre, mucha hambre, muchísima hambre…



No nos queda otra, no hay otra solución, si queremos “comer caliente”, vivir en un país limpio, próspero, abundante e inteligente, tenemos que erradicar, para siempre, todo cuanto huela a castro-comunismo, a socialismo, a fidelismo o a la revolución de los apagones.
Porque, lo creamos o no, las dictaduras no son eternas y esa, la castrista, la peor de todas, tiene que acabar. Sí, amigos, tiene que terminar. Tiene.
Las dictaduras pasan, la historia lo demuestra, no existe una sola que haya “traspasado” la posteridad.
¿Cuándo expiran?
Depende.
La durabilidad de las dictaduras se basa en la habilidad que tengan para manosear, adoctrinar, embelecar y adormecer el pensamiento racional de los pueblos. Pero, aun así, aun cuando sean muy sofisticadas en el “arte” de la represión, del engaño y de la manipulación, un día acaban. Repito, tienen que desaparecer.
Las buenas personas mueren y los hijos de puta también. Las malas personas, o las personas degeneradas, generalmente se creen eternas, pero no. Si Dios nos da la vida y nos la quita, es decir, si decide sobre la vida y la muerte, entonces Dios crea la alegría de la vida y la pena de la muerte, así de simple, aunque hay muertes demasiado apresuradas y otras largamente demoradas. Dios tiene mucho trabajo, “no todo podemos dejárselo a Él”.
Siempre he dicho que existen muchos tipos de muertes y en Cuba tenemos, por desgracia para todos los seres cubanos, demasiados ejemplos de ello.
Cualquier persona que dañe a otra, sea de la forma que sea y por muy insignificante que parezca la acción, causa dolor, sufrimiento y agonía. Entender esta sencilla ecuación es disipar las dudas entre el bien y la maldad que cargamos algunos cubanos y que tratamos de ocultar o disimular para parecer “inofensivos” o hacernos los graciosos.
Las dictaduras nunca son un sólo hombre. Nunca. Es imposible. No importa el apellido que lleven: dictaduras militares, del proletariado, familiares o de lo que usted se quiera imaginar. Una dictadura es un “gobierno” ilegal que domina a un país mediante la fuerza y el secuestro de las libertades cívicas de sus ciudadanos, lo otro, el cuento de “los humildes”, es una falacia, un instrumento para robar y una actitud oportunista.
Todos los dictadores y sus secuaces llegan al poder con una mano delante, la otra detrás y terminan muy ricos, también sus familias. Les reto a que me nombren un ex-dictador pobre.
“Administrar” un país desde una dictadura totalitaria es una total aberración, un absurdo y una incoherencia administrativa, valga la redundancia, pues no existe nada más alejado del desarrollo, del progreso y de la productividad que un “gobierno” que centralice los poderes del Estado, sofoque la iniciativa privada, imponga el falso colectivismo y haga desaparecer, con total autoritarismo y descaro, desde los “buenos días” hasta la mismísima Constitución de la República.
En Cuba, bajo el yugo del castro-comunismo, los seres cubanos hemos sufrido innumerables humillaciones, millones de absurdos y una miseria física y moral desmesuradas consecuencia directa de ese horror llamado socialismo, dictadura del proletariado o “revolución cubana”, da igual.
La lista de las atrocidades cometidas por ese vandálico régimen es demasiado extensa y la mar de dolorosa, solo los cubanos podemos enumerarlas porque no hay forma de olvidar a los fusilados de La Cabaña, a los asesinados en todo el país por oponerse a fidel castro, a los encarcelados por pensar diferente a la línea del partido comunista, a los exiliados, a los reprimidos por disentir del castro-comunismo durante estos larguísimos sesenta y tres años, a los muertos en vida, a los cientos de miles de cubanos desaparecidos intentando escapar de ese enorme terraplén de concentración, a los que perdieron la esperanza, a los que fueron cobardemente traicionados, a los desterrados, a los torturados y a un pueblo entero que ha vivido, por más de seis décadas, racionado, apagado y brutalmente adoctrinado.
Por eso me fui de Cuba, por eso tengo tanta fe en que, si muchos de nosotros hemos logrado romper con la “cuadratura” mental que nos impuso el castrismo, todos los cubanos, es decir, todo el pueblo de Cuba, más pronto que tarde, abriremos los ojos, las entendederas y nos daremos cuenta que, sin esa reverendísima mierda, autodenominada “revolución cubana”, vamos a estar mejor, vamos a respirar mejor y vamos a soñar mejor y hasta “en colores”.
Las dictaduras se acaban, esperemos que la castrista lo haga bien pronto, muy pronto, necesariamente pronto…
Ricardo Santiago.



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