La chivatería: El perverso instrumento de opresión de la maldita revolución castrista.



¿Qué ser cubano que se respete no fue o es víctima de la chivatería castro-comunista?
En Cuba, chivatear, después del 1 de Enero de 1959, se convirtió en un oficio, en un “arte”, en una profesión, en un “compromiso social”, en un medio de vida o en alcanzar un nivel superior de la supuesta moral revolucionaria.
La chivatería es la característica más dañina, más rastrera y más cobarde que florece, a borbotones, en las dictaduras del proletariado. Un maratón de aberraciones que empieza con la excesiva adoración a un líder, con el miedo a un régimen tiránico o con el grosero oportunismo que muestran quienes se dedican a esa labor para congraciarse con un poder que los cultiva, los mantiene y cuando no los necesita los mata, mejor dicho, los caga “en menudos pedazos”.
Porque eso sí tiene un chivato, empieza a hablar y hay que darle duro por la boca para que se calle, no reacciona, mientras más daño hace más feliz se siente.
A algunos esa malformación espiritual les brota del alma porque son unos hijos de puta de nacimiento, lo llevan en los genes, lo heredaron de sus chivatones antepasados y lo van traspasando de generación en generación como si tal asquerosidad fuera una gracia o algo muy necesario para salvaguardar las “conquistas” del socialismo.
Otros se convierten en “profesionales” como consecuencia de vivir en una sociedad que propicia la delación como forma y medio de vida. Los más imbéciles, es decir, los elementales, los “gratuitos”, quienes lo hacen porque son idiotas, porque aun se creen el cuento de que la revolución del picadillo les va salvar el pellejo, sueltan la lengua aunque no tengan qué comer y se estén muriendo de hambre ellos y sus hijos.
La naturaleza de tales tipejos es extraordinariamente frágil, generalmente fluctúa con los poderes de turno sin importarles la ideología, las causas que defienden o “el bien o el mal”, sólo les interesa sobrevivir a costa de sus “informes” aunque tengan que calumniar a sus vecinos, a sus compañeros de trabajo, de estudio, a sus amigos o hasta su propia madre.
En Cuba todo el mundo sabe que no se puede llegar a ocupar altos cargos en el partido, en el “gobierno”, en la dirección de instituciones o en determinados puestos de trabajo sin antes cumplir, con indecencia superlativa, una importante cuota de chivatería y de delaciones.
El chivato socialista cubano, o chivato revolucionario, es una especie única en el mundo. Su hábitat natural son las ventanas, las hendijas de las puertas, las colas de la bodega, los “tumultos” donde se manifieste el desencanto popular, las conversaciones entre vecinos o amigos, los apagones, los gritos de fidel me cago en tu madre, las redes sociales, la tristeza, el cansancio del pueblo y el dolor de un exilio que tiene más de sesenta larguísimos años.
Ojo, si eres chivato en el exilio fuiste chivatón en Cuba.
El chivato castrista no tiene vergüenza, es consciente del daño que causa y aun así se esmera en sobre cumplir la producción porque le encanta las palmaditas en la espalda y: “Siga así compañero que con personas como usted la revolución dura 100 años más.”
En Cuba esta desgraciada actividad es fomentada por la dictadura. La realidad es que fidel castro siempre supo que una de las formas de mantenerse en el poder era soportando un ejército de “escuchas” a lo largo de todo el país y allende los mares también. Generó entonces una epidemia de traiciones y un dale al que no te dio tan grande que los soplones se sirven de sus lenguas hasta para solucionar problemas personales.
La chivatería en Cuba es también directamente proporcional a la envidia que sienten algunos revolucionarios por el éxito ajeno.
Pero, cuidado, este es un tema muy serio, el daño causado por esa lacra ha sido y es incalculable, miles de seres cubanos fuimos y somos víctimas de estos sujetos, nos han tronchado planes importantes, nos han comprometido en situaciones desagradables y hasta, en muchas ocasiones, les ha costado la libertad y la vida a un montón de compatriotas.
La chivatería es el arma fundamental de la dictadura castro-comunista, es parte indisoluble de su materia orgánica, de su raíz y de su esencia, tan dañina como ella misma y tan perversa como quienes la auspician y la ejecutan.
Dice mi amiga la cínica: “Se puede ser feo, eso no es ningún problema, pero feo, castrista, chivato, comunista e hijo ‘e puta, sólo si te cagó el diablo de Birán”.
Ricardo Santiago.



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