La crisis moral, la desigualdad social y la miseria espiritual en Cuba, una triste realidad.



En Cuba no existe igualdad de ningún tipo. La sociedad cubana es la más desigual del mundo pues, en una definición rápida, divide a los seres cubanos en quienes comen langosta, en quienes comen “picadillo de claria” y en quienes tienen el estómago vacío porque “la vida” no les alcanza ni pa’ lo uno ni para lo otro.
Así de doloroso y triste pero, lo crea usted o no, esta es otra de las grandes mentiras lanzadas por la revolución del picadillo cuando, el 1 de Enero de 1959, se jactó ante el mundo de que crearía en Cuba la sociedad más justa, más equitativa y más “parejita” que ojos humanos, o cubanos, vieron.
En la vida real le traquetea el pasaporte que, a estas alturas del desastre social, económico y humano que establecieron esos revolucionarios sin revolución, porque en la práctica está demostrado que no son más que una dictadura de mierda, aun muchos mantengan vivo el embuste de que tú eres igual que yo, yo soy igual que aquel y mariela castro vive igual que el vecino de un batey de las provincias orientales.
El socialismo castrista, ese invento mefistofélico de cinco pa’ fidel y uno pa’l pueblo, que ni los estudiosos de la filosofía marxista han podido descifrar, elevó la división entre cubanos a niveles del último la peste y el primero se la traga.
Nunca antes en nuestro país se vio tan marcada diferencia porque, con el cuento de la justicia social, la igualdad de derechos y el casimir que no da calor pero sí, fidel castro nos hizo creer que todos éramos “compañeros”, teníamos que comer lo mismo, vestirnos iguales, apestar a lo mismo, los zapaticos apretarnos a todos por igual, medias sin elásticos pa’tol mundo y hasta el besito que me diste teníamos que repartirlo como buenos proletarios de todos los países uníos.
Pero en una cosa fidel castro sí tuvo razón, la igualdad más marcada en Cuba la vivimos los seres cubanos de a pie, es decir, los obreros, los trabajadores y sus familias, pues recuerdo que por allá por las décadas de los 70s y los 80s todos nos vestíamos con aquellas horribles, y fuera de moda, ropas cupón que nos vendían una vez al año, los zapatos “bocaditos”, los pantalones elaborados por nuestras madres y abuelas con tela de corduroy que vendían por la casilla, las camisas confeccionadas por “mi mamá me ama” con aquellas “escalofriantes” telas estampadas que, desmiéntanme si estoy exagerando, uno llegaba a una fiesta y se encontraba a tres o cuatro socios con igual “decorado” o, en el mejor de los casos, la casa donde se celebraba el motivito tenía las cortinas con las mismas rayas de tu camisa o el “olor” de tu pantalón…
La dictadura castrista creó una nueva élite en Cuba. Increíblemente quienes más gritan sacrificio, voluntad, estoicismo, igualdad y entrega a la revolución, menos, pero muchísimo menos, participan de la gran miseria nacional que sufre la sociedad cubana a todos los niveles.
La oligarquía castrista, entiéndase los castro, la pandilla de delincuentes que los acompañaron en sus fechorías históricas y las meretrices revolucionarias que se les fueron adicionando durante estos más de sesenta y tres larguísimos años de concubinato ideológico, se adueñaron de las casas de la otrora burguesía nacional, construyeron escuelas diferentes a las del pueblo para que sus hijos estudiaran y se agenciaron de clínicas y hospitales con todos los “hierros” para ser tratados y cuidados como mariscales de la abundancia.
¿Quién alguna vez vio a un hijo de los castro ingresado en el Hospital Calixto García, La Covadonga o el Pediátrico del Cerro?
Las diferencias entre los castristas y el sufrido pueblo de Cuba son bien marcadas. La vida que viven y que se dan los proxenetas del marxismo-leninismo nada tiene que ver con la que sobrellevamos el resto de los seres cubanos.
Yo estoy seguro que la casa donde vive aleida guevara, la hija del argentino Che comandante, Che guerrillero todos los niños seremos pioneros, nada tiene que ver con la de cualquier obrero que vive en un pueblecito de Pinar del Río, ni lo que comen ella y su familia se parece al plato de espanto de cualquier ser cubano que vive en la periferia de La Habana y ni las medicinas que toma esa “hija pródiga en cuerpo y alma de la revolución” tienen el mismo amargor de la vida con que los cubanos tenemos que “aliviarnos” los dolorosos espasmos provocados por un estómago vacío porque, aunque usted no lo crea, el hambre duele, duele mucho, duele cantidad…
Ricardo Santiago.



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