La envidia revolucionaria y el envidioso cubano, los mayores logros del socialismo castrista.



La envidia es un sentimiento que no tiene cura, quien la sufre está jodido porque carga con ella desde el día que nace hasta la “noche” que entra derechito por las puertas del infierno.
La envidia es una degeneración del carácter, una carga muy pesada y un huésped vitalicio en el alma de quienes la padecen, la sufren y la soportan.
La envidia es un mal presagio universal, pero en las sociedades donde se ha intentado implantar el comunismo, o el socialismo, al final son la misma mierda, es una de las malformaciones que más hondo cala entre los practicantes de esa filosofía malsana, ponzoñosa y destructiva porque encuentra “rico abono” en la mezquindad que generan las revoluciones del picadillo.
Por envidia se calumnia, se cela, se traiciona, se delata, se baja de peso, se padece insomnio, se lastima, se sufre, se odia y hasta se mata.
Los envidiosos no tienen una personalidad definida. Generalmente copian de otros el gusto por los sueños, la manera de caminar y hasta los deseos de vivir.
Los envidiosos son seres desgraciados, son individuos de ideas cortas que se pasan la vida minimizando todo cuanto les rodea y magnificando su propia mediocridad. Por eso se desgastan constantemente en quejas triviales para no sentirse responsables de su insuficiencia, su incompetencia y sus fracasos.
Son personas muy dañinas, extremadamente letales, traicioneras, individuos que jamás reconocen los logros ajenos y van por el mundo diciendo que pueden hacer cosas mejores, que lo de ellos sí vale y que no necesitan ayuda para lograrlo. Culpan a los demás de sus fracasos porque, según ellos, están rodeados de “imbéciles”.
Pero ellos no, ellos nunca se equivocan, se las saben todas y siempre tratan de predisponer a unos contra otros porque cumplen como nadie la máxima de “divide y vencerás”.
Los envidiosos dicen saber y conocer de todo. Refutan las opiniones ajenas con criterios “absolutos” de una verdad que solo ellos creen y que intentan hacer prevalecer a la fuerza o profiriendo alaridos y amenazas.
Gritan, gimen, sollozan y lloran para generar compasión, pero: ¡cuidado!, detrás de cada una de esas lágrimas hay una maldición acechante, un puñal listo para clavarlo en la espalda de sus víctimas, una zancadilla estrepitosa, un traspié a la ética, media manzana en la cabeza o una trampa mortal que ponen a sus víctimas para que se accidenten mientras ellos disfrutan del dolor ajeno.
Los envidiosos nunca están conformes con lo que les das. Hagas lo que hagas siempre quieren más porque en sus mentes creen que tienen ese derecho, que lo merecen todo y que nada en esta vida es suficiente porque solo ellos tienen el don de recibir, de ganar, de ser premiados, elegidos, señalados, aplaudidos, vitoreados, amados y venerados.
Por lo general los envidiosos son personas muy cobardes, extremadamente miedosos que disimulan el terror que sienten con un odio enfermizo contra sus semejantes, incluso contra los más cercanos a sabiendas de que son las únicas personas que les pueden ayudar. La agresividad la manifiestan tirando lo que tengan en las “manos”, tocando las cosas con marcado desprecio y escandalizando por cualquier motivo para hacerse las víctimas, los sufridos, los agredidos, los maltratados y los condenados.
Son excelentes manipuladores, traidores, hipócritas, serpientes que se arrastran para no dejar rastro de su paso por los “bretes” que arman y son capaces de sacarse un ojo para no tener que ver con el “otro” la maldad que provocan.
Para mayor desgracia estos infelices saben que su infecundidad, su insuficiencia y su frustración radican en el peor de todos los miedos que pueden sentir los seres cubanos: EL MIEDO A LA LIBERTAD. Un miedo que los devora desde dentro, los enclaustra y les impide moverse, luchar y exigirse a ellos mismos sin culpar a los demás.
La personalidad tóxica de estos individuos lo contamina todo. Son asociales desde la raíz hasta el cogote, algunos lo disimulan muy bien pero otros languidecen aplastados por sus remordimientos y se hunden día tras día en una fealdad de alma, y de espíritu, que termina por devorarlos y convertirlos en comedores de carroña, una terrible aberración existencial que da un asco del carajo.
Un envidioso es un mequetrefe, un Don nadie, es alguien que no perdona los triunfos ajenos, la risa de los otros, los buenos olores, la libertad de quienes hacen lo que les da la gana, la alegría de muchos, las canciones de amor con amor y el deseo de vivir que se manifiesta hasta en ese sencillo sorbito de café que degustamos cada mañana.
¿Alguien conoce a alguno…?
Ricardo Santiago.



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