La libertad en Cuba llegará cuando cada cubano, individualmente, quiera ser libre.



Los seres humanos (y los seres cubanos deberíamos también) nacen libres de doctrinas ideológicas, nacen libres de partidos politiqueros, nacen libres de polvo y paja, nacen libres de gobiernos y dictaduras, nacen libres de filiaciones políticas y nacen libres de compromisos con un líder o con una estrella en la frente alumbrando el continente…
En el caso de Cuba, después del 1 de Enero de 1959, esta predicción de la lógica, de la decencia y de la realidad obligada y objetiva de todo ser vivo, se fue al carajo con la “llegada” al poder de un régimen, comandado por “pon tu castro en mi”, que revirtió el orden natural de la vida de los cubanos más allá de los límites de la coherencia entre pueblo y gobierno, hizo trizas la funcionalidad de nuestro país, se cagó en la democrática democracia necesaria para hacer prevalecer la verdad, impulsó sobremanera el meneo de las cinturitas porque viene la inspección, ridiculizó la barriga llena y el corazón contento, eliminó la legalidad sagrada y desapareció el patriotismo que debe tener un ciudadano para defender su país y para defenderse él mismo.
Los cubanos bajo el castro-socialismo, una ideología perversa inventada por “un fidel que vibra en la montaña”, para reacomodar a su conveniencia, a su antojo, a sus caprichos y para hacer en Cuba, con total libertinaje y descaro, todo lo que le saliera de sus sucias entrañas, incluyendo disponer y robarse el erario público nacional a su antojo, perdimos, o mejor dicho, le entregamos a la bestia tiránica todos nuestros derechos, todo cuanto habíamos logrado en materia de progreso, de constitucionalidad, de resultados económicos y de libertades individuales, para meternos nosotros mismos en un profundo tanque de porquerías y condenarnos para la eternidad en la inmensa cárcel del cuerpo y del alma en la que esa maldita revolución nos convirtió la Patria.
Así perdimos la capacidad de movernos de aquí para allá y de allá hacia el más allá, la capacidad de asociarnos por intereses personales, el derecho a emprender y desarrollar nuestra economía individual, el derecho a creer en Dios, en la Virgen o en quien nos diera la gana, la opción de educarnos según nuestros conceptos, la expectativa de elegir a nuestros líderes o gobernantes, perdimos la voz y el voto, cambiamos la decencia y el respeto por la vulgaridad y, lo más importante, lo único que diferencia a los humanos, y a los cubanos, del salvajismo desenfrenado de los depredadores, perdimos la capacidad de pensar, de tener ideas, de utilizar la materia gris pues ser revolucionarios, ser socialistas, alcanzar “el escalón más alto de la especie humana”, según los comunistas, es obedecer ciegamente y repetir como idiotas cada una de las imbecilidades, y solo tales aberraciones, que nos orientan el partido comunista o la constitución socialista.
Dice mi amiga la cínica que si los cubanos fuéramos realmente honestos, y justos con nosotros mismos, aceptaríamos que, en ese sentido, no nos merecemos ni el perdón de Dios, pues las generaciones con capacidad para defenderse en la década de los sesentas, y posterior las que nos montamos en la carreta sin ejes de ese socialismo de tempestades, abucheando indiscriminadamente, vulgarmente y desconsoladamente al imperialismo, y a todo aquel que “pensara diferente a nosotros, como si nosotros mismos fuéramos capaces de pensar, contribuimos definitivamente a nuestro propio encarcelamiento, a nuestra propia tortura y a nuestro propio castigo, aupando y manteniendo sobre nosotros la peor doctrina que puede existir para que un pueblo pierda su libertad y un país se despetronque en el oscuro abismo de las injusticias, las cochinadas y las puercadas.
Pero los cubanos preferimos ponernos el grillete y arrastrar las cadenas del castrismo por las guardarrayas de la historia e, incluso, allende los mares también. Tal parece que le agarramos el gusto a que nos den patadas por el c… a trocha y mocha pues, como aun vemos en este Siglo XXI, continuamos reprimiendo sin descanso y sin vocación y, lo que es peor, autorreprimiéndonos para no perder los “logros” de un socialismo “huevo con sal afuera…”, que nos descojonó la dignidad, el decoro, la virilidad y el valor como nación y como pueblo.
Visto desde la distancia es más triste y bochornoso aun este tema de la libertad en Cuba. Primero tendríamos que definir qué entendemos nosotros por “libertad”, después cómo lograrla y por último, y no menos importante, qué queremos hacer con ella.
Pero, como siempre digo, cada una de estas pregunticas son tarea individual, cada ser cubano tiene que encontrar su propia respuesta a tamaño acertijo y después, solamente después, podremos pensar en ser libres, en “unirnos”, en luchar y hasta en soñar juntos.
Ricardo Santiago.



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