La única “conquista” de esa maldita revolución es la Cuba miserable que tenemos.



Yo digo que la dictadura castrista se ha empecinado en hacerle daño, mucho daño, a Cuba y a los seres cubanos.
La realidad más real es que ya somos un montón de generaciones las que hemos sufrido, padecido, soportado, aguantado y resistido, a un régimen, y a una partida de sinvergüenzas, decidiendo, como les sale de las entrañas, y con total impunidad, el destino de millones de cubanos.
Nosotros los seres cubanos, como bien dice la sabiduría popular, nos ganamos la Lotería el 1 de Enero de 1959, pasa que el premio gordo era una revolución engañifa, estafadora, embaucadora y que traía consigo a un tremendo descara’o que, con el bonche y la jarana, el arroz con leche ahuma’o, con Estela es un granito de canela y que el imperialismo nos quiere gobernar, nos envolvió como caramelitos rompequijá y nos soltó en la puerta de un colegio para ver si sobrevivíamos a la gula de unos niños, perdón, de unos pioneritos seremos como el che.
Yo mismo fui uno de esos pioneritos golosos. De aquella época recuerdo, como si fuera ahora, y de pensarlo se me ponen los pelos de punta, el terror que me provocaban los matutinos y las actividades políticas en la escuela.
Una práctica habitual de la “enseñanza” socialista y fidelista era parar, frente a todo el alumnado, a cualquier estudiante por algo que, según los maestros, no estuviera acorde con las “ideas” de la revolución.
Esos “maestros” lo mismo te enjuiciaban por no hacer la tarea, por tener el pelo un poquito largo, por tus pantalones algo estrechos, porque te gustaran los “chicles” o porque las niñas usaran las sayas “provocativamente” cortas.
Nunca olvidaré esa sensación “guillotinesca” de la mirada de la Directora escudriñándonos desde la tribuna y el temor a ser señalado y conducido al “cadalso” para un escarmiento político-pedagógico. Ahora, con los años, he comprendido que la inocencia, el exceso de inocencia e indefensión, puede provocar que, literalmente, nos caguemos en los pantalones.
Y es este el punto donde quería llegar. Mi generación, nací en 1962, como las posteriores, fuimos y son víctimas del abuso sistemático, el daño, la maldad, el acoso, la depredación, la manipulación, el engaño, la mentira y las felonías de una dictadura que se especializó en estrujarnos y lavarnos tanto el cerebro que muchos nos largamos de aquel “lavatín” infernal y otros, los más afectados, los descerebrados sin remedio, quedaron mutilados para siempre y gritando yo soy fidel o gracias comandante por todo lo que nos has “dado”.
Los cubanos perdimos nuestra identidad en 1959, el castrismo transformó de un bayonetazo la rica tradición cultural de nuestra nación y nos puso a cavar trincheras, a marchar como unos dementes, a tirar tiros pa’llá y pa’llá, a gritar consignas, a oír discursos interminables, a apoyar leyes y “reformas” revolucionarias, a cambiar la elegancia por la chapucería y, lo peor, lo más terrible y angustioso de todo cuanto hicimos, a corear como verdugos idiotizados paredón, paredón, paredón.
Nuestra estupidez, nuestra ignorancia y nuestra complicidad le costó la vida a cientos de miles de compatriotas.
Es mucho el perjuicio infligido por la tiranía castrista al pueblo de Cuba, perfectas “mariconadas castristas” implementadas para someter y doblegar el espíritu de una nación y para que hombres, mujeres y niños, no tengan tiempo siquiera de entender, a ciencia cierta, qué carajo es ser libre.
La escasez injustificada, el racionamiento eterno, el excesivo control sobre la vida de los ciudadanos, la desinformación constante y planificada, los apagones, la mesa redonda, el adoctrinamiento, el partido único, la falta de agua, jabón, desodorante y papel higiénico, el picadillo “enriquecido”, la sed, la represión y la autorrepresión, el ascensor que ni sube ni baja, la masa cárnica, cinco huevos por persona al mes, la leche a los niños hasta los siete años, la chismosa, con la revolución todo contra la revolución nada, las largas colas, los desfiles y mítines de repudio, la chivatería, la adulonería, la imposibilidad de elegir lo que queremos, la censura, una señora que resbaló y se cayó en medio de una fosa séptica, las elecciones al poder popular y, la peor de todas, la más terrible, perjudicial, descojonante e infernal: el mismo apellido y la misma doctrina “mojonera” castrista clavada entre pecho y espalda de los cubanos sin que tengamos tiempo para respirar.
Ricardo Santiago.



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