La vulgaridad del cubano, del “hombre nuevo”, el resultado de la educación socialista.



Los cubanos como nación, como pueblo, no somos seres vulgares, ni chabacanos ni chusmas, todo lo contrario.
Los seres cubanos, toda la vida, incluso cuando éramos “analfabetos”, según los comunistas, siempre fuimos educados, respetuosos, cívicos, de buenos modales y de una inteligencia natural que era la admiración, y la envidia, de cuantas personas nos visitaban.
Yo recuerdo a “los viejos” de mi barrio, que se educaron e instruyeron en “el tiempo de antes”, es decir, en la época del capitalismo, que hablaban bajito, se expresaban correctamente, casi no decían malas palabras y nunca utilizaban vulgaridades para referirse despectivamente a algo, a alguien, o hasta para decir que fidel castro era un tipejo perverso, un delincuente, un maldito dictador y un tremendo hijo de puta.
Aquello daba un gusto “orgásmico”, escuchar a esa gente hablar, quiero decir, aunque nadie me crea esa es una de las cosas que más extraño de mi niñez.
Pero, bien, llegó la revolución del picadillo, ahora de las tripas, con su comandante de porquería y se formó la “jodedera”.
De un pueblo cívico nos convertimos en una “masa” de revolucionarios “victoriosos” y, sin que nos diéramos cuenta, como poseídos por la cacafuaca universal proletaria, nos lanzamos a gritar, a amenazar y a ofender, que aquí el que no salte es yanqui y “con la revolución todo, contra la revolución de las tripas nada…”.
Fue así que la palabra educada se transformó en discurso belicoso y la idea inteligente en ofensa desmedida contra todo aquel que no se sumara, o no estuviera de acuerdo, con todas y cada una de las aberraciones políticas, económicas, culturales y sociales de una dictadura comunista que, por el más mínimo desacuerdo con ella, nos quería matar.
La chusmería, la bravuconería política, el me quiero fajar, la gritería desenfrenada, el mal hablar, las mentadas de madre, la vulgaridad ideológica, la genitalidad excesiva, la leche condensada convertida en “fanguito”, estoy medio loco, aquí no se rinde nadie y “las camisitas a cuadros”, son todos un invento del castro-comunismo en Cuba.
Fueron esas las “nuevas ideas” que nos inculcó esa revolución desrevolucionada y que nos implantó, sembró e inoculó, en nuestras conciencias, para hacernos creer mejores, superiores, invencibles y diferentes a los enemigos de clase del proletariado.
Las buenas maneras y los buenos modales eran los atributos más importantes de la nación cubana hasta que “llegó el comandante y mandó a parar”, fíjense que antes la máxima de toda familia cubana era: “pobre, sí, pero decente, muy decente”.
Los actos masivos sucedidos a raíz del 1 de Enero de 1959 (que fueron muchos, muchísimos, y por cualquier motivo) dieron pie a que el cubano convirtiera la vocinglería, el grito, la neurastenia y los “vivas” y los “abajos”, en la forma más común de comunicación de la “nueva etapa que vamos a vivir”, y al que no le guste, que se vaya la escoria…
Las ofensas constantes contra el “enemigo del Norte” y sus presidentes: “eh, a eh, a eh la chambelona, Nixon no tiene madre porque lo parió una mona…”, y contra todo aquel que pensara diferente a la “cuadrada” línea del partido comunista, provocó que a los cubanos nos pareciera muy normal cualquier diatriba contra nuestros semejantes, los escándalos en medio de la calle y las faltas de respeto pues, mientras más alto se grite en el socialismo, más se ofenda y más ¡ay… me da…!, más rápido se escalan posiciones en la jerarquía dictatorial, un solo ejemplo de la historia más o menos reciente: recuerden los 31 y pa’lante y al tipo de la corbatica pintada que de la noche a la mañana se convirtió en Canciller castrista.
Con el tiempo, lógicamente, toda esa “locura” se hizo normal, los cubanos dejamos de hablarnos para gritarnos, dejamos de razonar para ofendernos y dejamos de dialogar para fajarnos. Los altos niveles académicos que fuimos alcanzando nunca fueron acompañados por verdaderos valores cívicos, por principios de cortesía y respeto, por los más excelsos hábitos de conducta de nuestros abuelos que, aunque no tuvieran una instrucción escolar superior, eran dignos ejemplos de sabiduría y urbanidad.
La vulgaridad de la Patria provoca el llanto en quienes la sufrimos, en quienes vemos con horror cómo nuestros jóvenes de hoy, sin saberlo, son herederos de discursos y actitudes totalmente ajenos a nuestras raíces, a nuestra historia y a nuestra cultura.
Las malas palabras, los gritos y la violencia, no son necesarios para manifestar desacuerdos entre nosotros ni para desear que esa dictadura de mierda se vaya al carajo de una vez y por todas, vaya, digo yo…
Ricardo Santiago.



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