Los cubanos y el amargo encanto de la libertad.

Los cubanos, la mayoría del pueblo de Cuba, para no ser absolutos, después del 1 de Enero de 1959, no nacimos libres, perdimos nuestra individualidad creadora, nos mutilaron las alas de volar, quedamos huérfanos de autodeterminación y crecimos mochos en eso de pensar por nuestra propia cabeza cuando de ser libres o independientes se trata.

El cubano revolucionario, como todo buen adefesio creado en los laboratorios de la izquierda infernal, aceptó tranquilamente que nos cambiaran las neuronas de pensar por uniformes de miliciano, por trincheras de piedra solo útiles para la defecación humana, por enormes colas desestructuradas para comprar un mísero muslito de pollo, por marchas innecesarias del pueblo combatiente, por declararnos públicamente enemigos número uno del imperialismo yanqui, por ser más guarapitos meapostes que mambises y por querer convertirnos en comunistas en un mundo donde todos detestan esa mierda de ideología.

Porque al final eso somos, un pueblo que gira al revés de las sociedades civilizadas, que se niega al progreso y al desarrollo, que se hunde en su propia pestilencia social, que habla mucha porquería sin saber porqué y que sigue a líderes en vez de perseguir ideas o, que en realidad es lo más inteligente, tener las suyas propias o encontrar sus propios sueños.

Pero así nos hicieron, nos crearon a imagen y semejanza de la peor ideología de la historia donde el absurdo revolucionario es la base, el pilar de la sociedad socialista, donde amar desaforadamente al abanderado de la revolución es condición indispensable para escalar un puesto en la sociedad, donde no decir lo que en realidad pensamos es síntoma de buena salud mental, donde asistir a las actividades político-ideológicas es una manera de defender la Patria, donde pensar homogéneamente es sinónimo de ser personas confiables y donde no alzar la voz, es decir, no contradecir la línea de pensamiento trazada por el rector de la sociedad es mejor porque calladito uno se ve más bonito.

Yo soy del criterio que la libertad, más que un estatus o un derecho humano, es una condición personal que uno alcanza, o no, en la medida que es capaz de vencer sus miedos sociales, de comprender la realidad del mundo en que vivimos donde nada es absoluto o totalmente partidista, de entender los principios y valores de la democracia como mejor forma de vida, de saber que nadie, que absolutamente nadie, puede obligarte a pensar como él o pueda decidir por ti, que diferir de la política oficial también es políticamente correcto y que tu individualidad todopoderosa está por encima de gobiernos, de partidos, de ideologías y de sálvese quien pueda.

No, y después decinos que a inteligentes y valientes no hay quien nos gane, que somos los más bárbaros del mundo porque nos ronca el pito o tenemos una papaya de cuarenta libras cuando en realidad muchos en este planeta nos superan en todo y nos dejan chiquitos, chiquiticos y de mamey, a la hora de defender nuestra propia libertad, nuestros derechos, nuestros sentimientos y hasta nuestros propios pitos.

Pero qué se puede esperar de un pueblo, de una raza, bombardeada las veinticuatro horas del día, los doce meses del año y la vida entera por las mentiras y falacias de un régimen que crea constantemente falsas expectativas, que induce al ser humano a odiar a sus congéneres, que desacredita la razón para autenticar la mentira, que sustituye la inteligencia por la guapería barata y que te inculca hasta el tuétano haz lo que yo digo y no lo que yo hago.

De ahí que hoy sea tan común encontrarnos en Cuba a cubanos que por ignorancia, por masoquismo, por idiotez estandarizada y por cobardía, por mucha cobardía, salgan públicamente a defender a esa criminal dictadura y a sus líderes de ocasión, utilizando calificativos adulones, expresiones chicharronas y adjetivos que más que engrandecer al aludido provocan tremendo asco en cada uno de nosotros.
Por eso siempre digo que es tanto el adoctrinamiento en nosotros que nos cuesta mucho trabajo lograr desprendernos de tamaño daño espiritual, aunque yo digo que a quienes viven en la isla se les pueden aceptar los disparates porque están enagenados de la realidad pero, qué me dicen de aquellos que viven en el exilio, que siguen arrastrando consigo el fantasma del castrismo y continúan adorando a falsos profetas, defendiendo a muerte a sus pastores y atacando con soberbia y con rabia a todos los que no piensan como ellos…

Ricardo Santiago.

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