Y si el pueblo cubano dice basta y echa a andar…

Yo digo que al castro-comunismo hay que combatirlo utilizando sus mismas armas, no se le puede pedir peras al olmo, ni mangos al tamarindo y mucho menos, pero muchísimo menos, utilizar perfumes y buenas fragancias contra quien te tira los excrementos de la vida, los desechos que nadie quiera y toda la mierda que producen los podridos cerebros que dirigen las revoluciones socialistas.

El castrismo es un cáncer, como se ha dicho miles de veces, enquistado en el alma de la nación cubana, que ha destruido a Cuba en casi un noventa por ciento de su estructura funcional y al pueblo cubano, en más de un noventa y cinco por ciento de sus habitantes en la edad infante, en la edad reproductiva y en la edad donde solo queremos descansar, en verdaderos autómatas diseñados para soportar las peores inclemencias del clima, los más terribles ciclos de hambrunas, las más espantosas enfermedades y las más dantescas condiciones de vida pero, aun así, defendiendo a la revolución de los apagones, al socialismo de alcantarillas y al cobarde de fidel castro, parados estoicamente en un solo ladrillito y erizaditos de la punta del pie a la canilla, a la pantorrilla y hasta las pocas neuronas de pensar que lograron salvarse de tanto adoctrinamiento comunista.

Porque el pueblo cubano es el resultado de su tiempo de revolución, de su etapa de socialismo y de las ideas del castrismo, es decir, somos el producto directo, el primogénito alumbramiento del régimen que creó el desastre en nuestro país, que transformó la raza cubana de patriota, de gallarda, de educada, de respetuosa y de decente, en vulgar, en violenta, en chismosa, en degenerada, en oportunista, en arribista y en dependiente.

Con todos esos nefastos rasgos mal paridos es muy difícil que un país avance, prospere, se desarrolle y crezca en su producto interno bruto, en sus obras sociales, en su riqueza nacional, en su masa ganadera y que sus hombres y mujeres se empinen, se estiren y se agranden para subir al cielo en una escalera grande o hasta en una chiquita.

La verdad de esta aterradora historia es que llevamos más de sesenta y cinco años comiéndonos un cable y la electricidad, el asfalto de las carreteras y las trincheras, el tronco de yuca de muchos “periodos especiales” y las sobras de las mesas de los dirigentes comunistas a cambio de ser nosotros los verdaderos soportes materiales y espirituales de ese régimen de porquería, de esa falsa revolución de los humildes y de ese apestoso e inmundo tibol del socialismo.

Por eso soy del criterio que a esa pandilla de delincuentes, aferrados con las uns, con los dientes y con el culo, al poder en Cuba, solo es posible sacarlos de allí utilizando sus mismas y sus propias armas, utilizando sus malas ideas y repitiendo exactamente sus mismos métodos para, que entre miles de razones, sientan en carne propia cuánto dolor nos han causado, cuánto nos han puesto a sufrir innecesariamente y cuánta muerte hemos tenido que poner nosotros, los humildes, para los que se suponía se hizo esa maldita revolución.

Mucha libreta de racionamiento para todos los comunistas, mucho hacinamiento habitacional para los defensores de esa falsa revolución, muchos derrumbes para los que, a estas alturas del partido, aun creen que se puede reformar esa mierda, mucha hambre para los izquierdistas izquierdosos que no saben qué significan esas ideas en realidad, mucho trabajo forzado para los castristas, toneladas de leyes absurdas, prohibitivas y limitantes para los necios y los ciegos de la gran estafa, prisión absoluta para los truhanes directos e indirectos de la tiranía represora y totalitaria y paredón, soga, colgarlos de un hilito, silla eléctrica, inyección letal y galletazos para todos, absolutamente para todos, los que en estas seis décadas han dañado tanto, aunque sea de refilón, a los cubanos ingenuos del pueblo de Cuba que se mueren como moscas en celo por la falta de un misero cachito de pan.

También utilizar la fuerza. Una dictadura tan aferrada al poder, que disfruta tanto la represión contra el pueblo, que hace cualquier cosa para oprimir, no dejar florecer y limitar hasta el absurdo el crecimiento individual de cada uno de nosotros, tiene que ser erradicada, borrada de la faz de la tierra, arrancada de raíz, utilizando la fuerza y empleando sus mismos métodos violentos, así de simple…

Ricardo Santiago.

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