Pueblo chiquito, ciego, dominado, cansado y vencido…, infierno grande…



Un amigo, a quien prometí mantener el nombre en absoluto anonimato, me cuenta, totalmente desesperado, un desagradable, triste, descojonante y desgarrador episodio, otro más, vivido por su familia en Cuba, el cual quiere que yo haga público para que el mundo sepa, conozca la verdad, entienda, a qué están expuestos un cubano de infantería, un padre, una abuela, una madre, es decir, una familia cubana sencilla, humilde, sin contactos en la “Luna” del espejo, y, también, los abominables crímenes que cometen la dictadura castro-comunista, los yo soy fidel y los enmascarados del sector de “la salud pública”, amparados en la estrambótica “campaña de saneamiento”, que se han inventado, para “salvar” al pueblo de los contagios por el Covid-19 pero, sobre todo, para hacerle creer al mundo que la revolución del picadillo, ahora de las tripas, está a la vanguardia en la lucha contra el “bichito” chino.
Pero la realidad es otra, una triste y cruel realidad diseñada, única y exclusivamente, contra seres cubanos indefensos, descartables, la verdadera masa proletaria del socialismo, y sujetos, obligados, so pena de ir a la cárcel, a cumplir con el “protocolo” de cuarentena más fascista de toda la historia universal.
Resulta, según me comenta este ser cubano angustiado, y empiezo desde el principio, una vecina, que visita asiduamente la casa de sus padres, después de regresar de un velorio donde un asistente, no el muerto, claro, dio positivo con el puñetero virus que tiene a medio mundo virado al revés, despertó las “alarmas” anti-pandemias y generó el desastre emocional que, según él, ha sido el más grande que le ha tocado soportar en este largo exilio separado de sus seres queridos.
La “visita”, es decir, la vecina de toda la vida, presentó un cuadro de tos y una fiebrecita que no pasó de ser una simple alergia, pero como las orientaciones en Cubita la revolucionaria, son las orientaciones, el médico de la familia, un estudiante de cuarto año de medicina, y después de realizar un “exhaustivo” pesquisaje: ¿dónde estuviste?, ¿con quién hablaste?, ¿a quién le diste un besito?, ¿eres revolucionaria? y grita tres veces abajo el imperialismo…, incluyó, como es lógico, la casa de los padres de quien me cuenta esta amarga historia.
Inmediatamente se activaron las alarmas del “municipio” y, para no hacer esta historia muy larga, llegó, en un “taxi” destartalado, la “brigada de respuesta anti-Covid” a la casa de los familiares de mi amigo con la orden, después de meterles una “muela científica” que nadie entendió, de que tenían que trasladarse a uno de los “centros de cuarentena” habilitados por la revolución socialista para estos casos.
“El ómnibus-ambulancia”, compañeros, pasará por ustedes en dos horas, así que recojan los matules, cierren bien la casa, que aquí no puede quedarse nadie…”.
Aquí todo el mundo sabe, ha visto fotos, o ha oído hablar, de los famosos lugares donde llevan al pueblo cubano, a los humildes y para los humildes, a pasar la jodida cuarentena revolucionaria.
Son las viejas, destruidas y tétricas escuelas en el campo, que no tienen ventanas, no tienen agua potable, ni la madre que las parió, donde hacinan a las personas como si fueran ganado para ser sacrificados.
Me cuenta mi amigo que su padre, alterado, con su abuela de noventa y tantos años, sin medicinas, ni alimentos, le llamó y le preguntó qué hacer…
A él, lejos, aquí en el exilio, el cielo se le unió con la tierra, las piernas se le aflojaron, gritó desconsoladamente, impotente, atado de alma, de cuerpo y de esperanzas y, convencido de que esto su abuela no lo soportaría, pero, además, sabiendo que contra la maquinaria represiva del régimen castro-comunista no hay nada que unos ancianos puedan hacer, solo atinó a decirle que hiciera foto, con su teléfono, de todo, desde el ómnibus-ambulancia, hasta la escuela convertida en el último lugar de esta tierra, y se las mandara, que él iba a denunciar a esos hijos de putas por el crimen de asesinarles a su familia.
Fueron las horas más largas y angustiosas que le han tocado vivir. Por una parte estaba el riesgo de perder a su familia y por la otra la posibilidad de que si alguno se oponía los metieran en la cárcel y él sin poder hacer nada.
Solo le quedó rogarle a Dios para que le concediera un milagro, para que lo ayudara, para que su abuela querida no tuviera que sufrir la terrible muerte que le esperaba y se arrodilló llorando inconsolablemente.
Tres larguísimas horas después recibió una llamada de su padre: “mijo, es tu papá, no te preocupes, llamaron del “municipio” que la “ambulancia” no tiene gasolina para venir a recogernos, dicen que nos quedemos en la casa y no salgamos ni dejemos entrar a nadie…”.
Del milagro un pelo, se reconfortó mi amigo…
Ricardo Santiago.



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